Arteleaks
El futuro de los reporteros, sólo en sus manos

Por Gilberto Meza*
No soy un reportero; ni siquiera estoy seguro de ser un periodista, por más que haya pasado largos años en las redacciones de periódicos, revistas o agencias de noticias. Lo que sí soy es un escritor con intereses múltiples que intenta acercarse a la realidad desde diferentes frentes. O por lo menos es lo que he creído de mí mismo y de mi trabajo.
También sé que el periodismo ofrece oportunidades inestimables para abordarla, pero en su sino este acercamiento se ofrece como la que podría tener un entomólogo. Quiero decir que mi forma de abordarla parte de al menos dos fuentes: los libros, periódicos, revistas y todo tipo de material de investigación, incluidos estudios, informes, entrevistas, la clase adecuada de material forense, como se dice ahora, y que uno necesita cuando investiga, y de la observación y experiencias personales, de mis preocupaciones y de mi voluntad por poner un grano de arena ante una realidad que desde que tengo memoria me resulta injusta, dolorosa, indignante, pero sobre todo transformable. Es cierto que no me considero optimista sobre la deriva de la humanidad, y que a veces creo no estar muy lejos de la misantropía, pero también es verdad que siempre he estado convencido del valor de la palabra, de las palabras. Es por ello que no he cejado, en toda mi vida adulta, de hacer de ellas mi principal arma de batalla. Son mi trinchera particular.
Todo esto para decir que mi visión es libresca, limitada y parcial, como es siempre el trabajo de un escritor más o menos solitario que apuesta a la escritura para descifrar el mundo y lanzar su conjuro en un golpe de dados que, como quería Mallarmé, nunca suprimirá el azar. Tal vez la suerte falle y no logre su cometido, pero la experiencia me ha enseñado lo que muchos otros, hombres y mujeres, han logrado con ellas, con sólo un puñado de ellas, lo que me da un poco de confianza, y porque he visto también que es en la escritura donde cada uno de nosotros puede revelar si es capaz de expresarse correctamente, es decir de forma verosímil. Esa es la apuesta. Porque tal vez todo consiste en hacer las preguntas adecuadas, es decir en hacérnoslas nosotros para que sepamos qué buscar en la realidad, cómo encajan en ella nuestros prejuicios y limitaciones, y decidir con base en ello qué escribir y cómo, porque a veces estas decisiones pueden ser la diferencia.
Me he debatido sobre la forma en que lo haría, pero mientras investigaba escribía y escribía textos, desentrañaba misterios y buscaba las preguntas. Porque no tenía respuestas; de hecho, si algo puedo ofrecer ahora son preguntas, unas abiertas y otras cerradas, pero sólo preguntas. Y son las que quisiera dejar hoy aquí entre los oyentes.
Tal vez nada me haya impresionado más que haber tenido la oportunidad de visitar los gabinetes de trabajo de dos grandes figuras históricas. El primer de ellos escribió: Si quieres cambiar el mundo, toma la pluma y escribe. Me refiero, desde luego a Martín Lutero, y el gabinete al que me refiero era la torre de un castillo medieval al sur de Alemania, un espacio pequeño, iluminado por una vela de cebo, con una mesa me madera brusca y una silla del mismo material. Y una biblia en latín. Y el segundo era el de Goethe, también en Alemania, en la ciudad de Weimar. En el primero Lutero traducía la biblia al alemán vulgar, lo que constituyó la mayor herejía de su tiempo, y de paso cambió la historia primero de las religiones y luego de la misma forma de mirar al mundo, y el segundo contenía una de las mayores bibliotecas de su tiempo, con poco más de seis mil volúmenes y a la que pude asomarme tímidamente. Ambas se asemejan porque me dejaron ver que no hay un solo camino para bosquejar la realidad.
La Ofensiva
Pero entremos en materia. El periodismo debe ser un espacio de reflexión, dice Alma Guillermoprieto, premio Princesa de Asturias. Y ese es el rasgo que ella atribuye a esta profesión lo que la hace tan insoportable para el poder, en un momento de nuestra historia en que la prisa parece dominarlo todo. Tenemos prisa por gastarnos el tiempo, por divertirnos, por ganar dinero. Las bolsas de valores del mundo desde hace decenios, conscientes de que el tiempo era insuficiente, decidieron inventar un nuevo instrumento: los mercados de futuros. Sí, un futuro que ellos pueden planear, vender desde ya, ganar más y más condicionando la producción, sobre todo de materias primas, con una regla básica: si las cosechas superan sus expectativas, ellos ganan más; pero si no las alcanzan, los que pierden son los productores. Y así vivimos cada día más todos nosotros, esperando que el presente pase rápido para comprar el último modelo de teléfono inteligente.
Y todo ello, ¿por qué?, se preguntan los periodistas, reflexionan los editores, indagan los reporteros. Y eso es malo para el negocio. Pero esa es su función: investigar lo que hay detrás de todo lo que hacemos, tratar de darle sentido a lo que vivimos como sociedad.
Y eso, insisto, molesta al poder, sea político, económico, financiero o del tipo que sea.
En el año 1992 la periodista bielorrusa Svetlana Aleksievich debió enfrentar un proceso, largo y desgastante, por la denuncia de una de las madres que había entrevistado para su libro Los muchachos del zinc, en la que narra los hechos silenciados por el Kremlin sobre la intervención que dejó un saldo mortal de un millón de muertos afganos y más de 15 mil soviéticos en la guerra entre 1979 y 1989, una década de muerte.
La autora, galardonada en 2015 con el Premio Nobel de Literatura por sus meticulosos testimonios, dueña de un estilo que no ahorra al lector la crudeza de los hechos que reseña, salió airosa de esa prueba que, como se denunció entonces, fue montada por las autoridades de Moscú, con la intención de desacreditarla y cuestionar la verdad que su libro muestra.
Otros no han tenido tanta suerte. Es el caso de la periodista rusa Ana Politkóskaya, asesinada en su domicilio en un crimen nunca aclarado pero que se cataloga como crimen de Estado por la fuerte crítica que ejercía sobre la represión del gobierno de Putin en la guerra de Chechenia.
Su caso, ciertamente, no es ni nuevo ni novedoso, ha sido una estrategia constante contra periodistas y reporteros, incómodos desde que tenemos memoria. Si algo sorprende acaso es la rabia con que se presenta hoy.
Se trata, en esencia, del viejo enfrentamiento entre la libertad de expresión y el poder, que se pretende dueño de ese derecho que compete a los ciudadanos.
Pese a las subdivisiones que se han hecho en el periodismo actual. Y esa esencia es lo que lo hace tan incómodo al poder, pues lo cuestiona y confronta, le obliga a explicar sus acciones, algo a lo que no está acostumbrado, y pone en duda sus intenciones al confrontarlas con la realidad.
En México algo sabemos de eso. Es el caso de Javier Valdez, uno de los fundadores de RíoDoce ejecutado en una calle de Culiacán el 15 de mayo de 2017 por sus denuncias contra el crimen organizado y sus relaciones con el poder, o el de la reportera Miroslava Breach, también asesinada en Chihuahua el 23 de marzo de ese mismo año, y así podríamos seguir hasta llegar a los 45 reporteros asesinados sólo en el curso de los últimos tres años. Sí, durante este gobierno. Si consideramos los últimos tres sexenios la cifra llega a muchos más de 100. Eran 104 contando a Miroslava, o 105 a Valdez, pero desde entonces el número se incrementa con increíble velocidad. Casi no hay semana en que no se ejecute a algún periodista o luchador social, ecologista o defensor de reservas forestales.
En los últimos diez años 278 periodistas han sido asesinados en el mundo, de acuerdo con una reciente investigación del Comité para la Protección de los Periodistas, una organización mundial que reclama su protección. Sí, la profesión de los periodistas, es decir de los reporteros, es riesgosa. Lo significativo es que casi el 90% de esos crímenes siguen impunes. En México son víctimas, me atrevería a decir que por igual, lo mismo por los criminales que por alguna instancia de poder, por el gobierno; lo mismo podemos decir de los luchadores sociales, incómodos también para los negocios del poder.
El caso de Julián Assange es distinto. Él no es periodista, sino un luchador social por los derechos civiles y la libertad de prensa, al igual que Edward Snowden, un ex analista informático de la CIA, quien como Assange hicieron públicos documentos clasificados, aunque él pudo escapar, mientras que Assange, luego de diez años, lucha por no ser extraditado a EU donde sería juzgado por traición y seguramente condenado de cadena perpetua.
Pero todos ellos forman parte de esa misma familia, la que reclama los derechos civiles, o humanos, o a la privacidad o simple y sencillamente el derecho a una prensa libre, derechos por cierto consagrados por las constituciones de los países que los condenan. Para unos se pide prisión; para otros, silencio.
Los riesgos
Desde la promulgación de la llamada Ley Patriota en los Estados Unidos esa ha sido la constante, que ha dejado ya varias víctimas. Pensamos, desde luego, en Assange, pero hay muchos otros que han enfrentado cárcel y exilio. Prácticamente todos esos casos enarbolan en muchos sentidos uno de los elementos que han cambiado el mundo del periodismo, es decir el que se abrió paso, a codazos, en el universo digital que trajeron consigo las nuevas tecnologías de la información. Hablamos del derecho a saber.
Este hecho contrasta, y actualiza, los métodos extremos de que se habían valido los reporteros para investigar, denunciar y poner en evidencia la explotación, el expolio o la degradación de amplias capas de la población, como Gunter Wallraff, autor de los libros El periodista indeseable, Cabeza de turco, y varios más. Su método conocido como investigación encubierta, o periodismo de inmersión, nos dio algunos de los mejores libros de reportaje de la segunda mitad del siglo pasado. Y cómo olvidar a Oriana Fallaci, herida de bala el 2 de octubre de 1968 durante la represión del ejército en la ciudad de México. Hablamos, desde luego, de una vertiente del periodismo de investigación, que vive en México uno de sus momentos estelares, casi tanto como el que se conoce como periodismo narrativo, con sus grandes estrellas como Gabriel García Márquez (Historia de un secuestro o Retrato de un náufrago), así como la obra de Ryszard Kapuscinski (El Emperador, El Sha, Ébano…), o la obra que sigue escribiendo el cronista Jon Lee Anderson.
El hecho es que hoy contamos también con reporteros bien formados, preparados intelectualmente y con buena pluma, lo que nos habla de años de trabajo formativo en las distintas redacciones de nuestro país y en muchas del mundo. Son reporteros comprometidos con el oficio; la mayoría jóvenes y bien plantados, que hablan lenguas extranjeras y son capaces de entender el idioma de las nuevas tecnologías y de sus plataformas, lo que también nos habla de profesionales atentos al acontecer mundial. Esto quiere decir que dejamos el provincianismo y si me apuran diría la actitud parroquial que ha sido la marca del periodismo mexicano durante larguísimas décadas, iluminadas apenas por el trabajo de autores como Manuel Buendía, algunos de cuyos asesinos comparten hoy el poder de la 4T, o Miguel Ángel Granados Chapa o el mismo Julio Scherer García. No es que antes no hubiera mujeres brillantes, las había, pero el sistema les impedía brillar, aunque permitió la existencia de una Poniatowska.
Tampoco es que los periodistas que acabo de mencionar hayan sido los únicos. En la mal llamada provincia mexicana han existido siempre reporteros y periodistas de enorme valía, pero no existían los instrumentos que permitieran compartir su trabajo con los demás.
Habría que decir que al menos en ese sentido el desarrollo de la tecnología de la información nos ha dado herramientas que nos permiten salir del ostracismo. Ha sido, sin lugar a dudas, la mayor revolución en los últimos 50 años. Que haya sido utilizada para tan diversos fines de la globalización no es su responsabilidad: las herramientas no tienen ideología, sólo se les da el uso que se quiere o se puede, y sí las tecnologías de la información es lo mejor que nos pudiera haber ocurrido a los individuos, aunque tarde y desafortunadamente no ocurrió lo mismo con la industria de la información, que entregó su modelo de negocios sin entender lo que perdía frente a los nuevos gigantes, ¿cómo es que Google, Facebook y el centenar de empresas como ellas se hacen de los recursos que les corresponderían a los diarios? En 2009, Andrew Neil, ex director de The Sunday Times de Londres, aguerrido defensor del acceso gratuito en sus orígenes, y quien reflejó entonces el gran desengaño que sufren hoy los grandes diarios, y los periodistas, cuando señaló: “La tecnología era nueva y no la entendíamos. Nos dijeron que si conseguíamos muchos lectores el dinero vendría después. Pues los conseguimos y el dinero no llegó”. Y eso fue el principio del fin.
Algunos datos como los siguientes ilustran las consecuencias de este fenómeno. En julio de 2017, el día 10 para ser exactos, News Media Alliance, asociación integrada por unos dos mil grupos de medios, entre los que se cuentan los influyentes The New York Times y The Wall Street Journal, acusó en un comunicado que frente a Google y Facebook se ven forzados “a entregar sus contenidos y jugar bajo sus normas sobre cómo presentar, priorizar y monetizar las noticias y la información”, toda vez que dichas plataformas “distorsionan el valor económico que se obtiene haciendo buen periodismo”, y puntualizó que sólo estas dos empresas se llevaron más del 70% de los 73 mil millones de dólares que se gastan actualmente en publicidad en la Web.
“Pero estos dos gigantes digitales no emplean reporteros. No hurgan en los archivos públicos para descubrir corrupción, ni envían corresponsales a zonas de guerra ni cubren el juego de anoche. Ellos esperan que la económicamente exprimida industria de noticias haga por ellos ese costoso trabajo”, escribió en el WSJ el director ejecutivo de la News Media Alliance, David Chavern.
En Estados Unidos, donde es posible seguir desde sus inicios este fenómeno, entre 2001 y 2016 los periodistas perdieron 328 mil empleos: de 9,310 empresas de medios que existían en ese primer año, sólo sobrevivieron 7,623 al concluir el segundo, es decir 18% menos. Los empleos en el sector cayeron 57.8%, y esta situación se repite con sus particularidades en prácticamente todo el mundo Occidental, excepto en los llamados países emergentes, donde el periodismo cobra fuerza, quizás por el hecho de que estas naciones llegaron tarde al proceso de mundialización y sus efectos todavía no se dejan ver en toda su crudeza.
En México, por ejemplo, de acuerdo con una investigación del periodista Roberto Fuentes Vivar (en su columna Diario Ejecutivo), de 2008 a diciembre de 2017 (no hay cifras previas en el sector), el número de periodistas, diarios y revistas se habría reducido apenas 15.1% y 18.2%, números que sorprenderían si no fuera porque ahora cada periodista empleado realiza el trabajo de cuatro, en una sobreexplotación tolerada por todos ante la creciente falta de opciones. Todo ello en un país, México, con 875 diarios reportados en 2014, 328 revistas, 53 empresas televisivas y 857 radiofónicas, pero donde el tiraje sumado de todos sus periódicos no alcanza el millón, y bajando, como escribió Jenaro Villamil en Proceso en 2017.
El Metauniverso
Por si todo esto fuera poco, hoy los periodistas deben competir contra un nuevo enemigo, el del universo mágico. Así, es común leer, luego de repasar las noticias que nos trae cada día nuestra compleja realidad, la información correspondiente a la de los héroes y heroínas y los villanos de ese metauniverso que ya forma parte de nuestra cotidianidad. Nos enteramos así que todos los actores y bellas actrices encarnarán a tal o cual personaje de ese universo Marbel, o de Amazon o de cualesquiera de las plataformas que inundan nuestra vida y nos hacen tan felices, que de eso se trata, de darle alegría a nuestra aburrida realidad. Convierten en glamour la vida de los narcotraficantes, los ladrones internacionales, los espías y, quién lo duda, algunos terroristas, siempre desde la visión maniquea a la que estamos tan acostumbrados en México. Una realidad sin matices, en blanco en negro, y que vuelve a esos personajes tan cercanos, tan parecidos a nosotros mismos, o al menos a nuestras aspiraciones, y que quizás por todo ello nos permiten interiorizar la violencia que vivimos, a normalizarla, a verla como algo natural.
Ya vivimos otras ficciones, complots habría que llamarles, en el pasado, y tuvieron la misma fuente. Que ahora se presente en forma tan inocente no debe engañarnos. Ni el comunismo durante la Guerra Fría, ni la lucha contra las drogas a partir de los 70 o del terrorismo en el 2000 deben engañarnos. Lo que ese metauniverso, alternativo, busca es alejarnos de la realidad cotidiana. Su necesidad se hizo evidente como parte de la estrategia de reencantamiento del mundo, lo que quiere decir de hacernos volver al mundo mágico que había sido superado hace ya más de un siglo por la ciencia y la filosofía, por el psicoanálisis y la biología. En ese mundo mágico las cosas no ocurren debido a nuestros actos, sino a la suerte, al destino o por intervención divina, es decir por alguna fuerza más allá de nuestros actos y sus consecuencias, lo que nos exime de cualquier responsabilidad. Es el karma, se suele decir, y de esta manera quedamos a salvo. Como pueden apreciar, es un pensamiento atractivo.
Es contra estos problemas que los periodistas de hoy deben batallar.
En este proceso todos perdimos. Periódicos y periodistas, pero también los ciudadanos, que no sólo han ido perdiendo derechos sustantivos sino a quienes además se les escamotea su privacidad, una batalla que tomó siglos concretar. Hoy ya no la tenemos, y estamos enfocados en un proceso en el que la misma información se trasmuta de pública a privada. ¿Que qué quiero decir? Que el objetivo último de las empresas tecnológicas es que los ciudadanos nos convirtamos en el objeto, en el objetivo de la información. Y lo están logrando.
Lo que no debemos olvidar es que desde hace al menos dos siglos, el periodismo ha permitido ordenar al mundo. Y es justo por eso por lo que resulta tan peligroso para la clase política, el crimen organizado o el nuevo orden financiero mundial.
Porque el periodismo, y los reporteros en primerísimo lugar, tratan de explicar el mundo, los hechos, más allá de una visión social en blanco y negro. La realidad, lo hemos sabido siempre, está hecha de matices cuyo origen pretendemos desentrañar. Los hechos, la represión, los crímenes, no ocurren por ensalmo, ni se eliminen por conjuro, para continuar con la metáfora. Hay una palanca que los mueve, intereses que se benefician, poderes que se confirman. Hay una razón y un interés porque determinados hechos ocurran. Los reporteros indagan los resortes que los impulsan, los negocios detrás de la opacidad gubernamental. ¿Quién se beneficia de ella?, es la pregunta.
¿Por qué el poder tiene tanto miedo a la información?, ¿por qué se prefiere el silencio?, ¿por qué les da tanto miedo que un reportero, o un medio, investigue el tráfico de influencias en el poder? Ésta y muchas otras preguntas son las que motivan al nuevo periodismo, que no es sólo político, sino también ambiental, social, educativo…, pónganle el adjetivo que deseen, en todos van a descubrir los intereses ocultos que el discurso del poder intenta ocultar de los ojos de los ciudadanos. Eso explicaría por qué al menos 45 periodistas han sido asesinados en lo que va de este sexenio, o los 94 defensores ambientales.
Los reporteros, por fortuna, prefieren hablar, es decir escribir, publicar sus hallazgos, y hacerlo incluso de manera estridente para que los escuchen. Bien fundamentadas sus investigaciones para que no puedan ser negadas, y lo más ampliamente posible para que alcancen a los más.
Llama la atención, por lo menos a mí, que únicamente las investigaciones periodísticas hayan puesto a la discusión pública los grandes asuntos nacionales, de la famosa Casa Blanca a la Estafa Maestra o el escándalo Odebrecht. Para el poder nunca existieron. Incluso hoy no hay apenas avances. A la autoridad no le interesa investigar, castigar, poner ejemplo. No puedo dejar de recordar el caso del periodista hidalguense Alfredo Rivera Flores, quien en un libro extraordinario, La Sosa Nostra, porrismo y gobierno coludidos en Hidalgo, revelo los negocios sucios del poder en ese estado, y que le costó un larguísimo proceso de 18 años y el pago de una multa estratosférica por evidenciar una poderosísima organización criminal que opera como aliada de los poderes en turno, incluyendo, cómo no, al actual. Porque se le considera un aliado, no un adversario político.
Pero, hay que decirlo, justo para eso sirve el periodismo. Para, como dije antes, ordenar el mundo, darle coherencia e intentar crear un lugar mejor.
La transición hacia el periodismo del siglo XXI, sin embargo, no ha sido fácil, ni para los medios ni para, sobre todo, los reporteros. Es verdad que en muchos sentidos la incorporación a la vida cotidiana de la llamada red de redes ha venido a facilitarnos la vida y a ampliar los márgenes de la comunicación. Gadgets, redes y comunicación vía satélite, sin embargo, han creado nuevos problemas para los reporteros, fotógrafos y editores. Hoy los teléfonos inteligentes han transformado a cada poseedor en testigo y difusor de los hecho, sin criterios ni experiencia, pero que responden, todos, a la simultaneidad tan apreciada por las nuevas generaciones, y esa simultaneidad ha obligado también a los medios a entrar a esa carrera en la que tiene todas las de perder.
Hemos traslapado el interés público por el privado. El mundo es un lugar que es interesante sólo porque yo estoy en él. Esto encierra también todos los riesgos a la privacidad, a la individualidad y a una vida cotidiana plena, que es donde todos realizamos nuestra vida. Y esa es la apuesta de las empresas tecnológicas. Su apuesta es a que como todos tenemos una vida cotidiana sin sorpresas ni emociones, como aspiramos que sea, entonces lo que le ofrecemos es diversión, una inagotable lista de diversiones que le permitan matar el tiempo, función que un día llegaron a cumplir los crucigramas.
Pero ese es otro asunto. Para lo que nos ocupa, valga decir que esas coberturas en tiempo real nos han llevado a que se desvalorice el periodismo de investigación, el análisis de fondo, los enviados de guerra, los fotógrafos y camarógrafos profesionales y, desde luego, los corresponsales. Ya no los necesitamos por alguien subirá una foto, un video, un comentario jocoso o, todavía mejor, alguien transmitirá el atentado, el accidente o lo que sea desde el mismo lugar de los hechos y con su imagen incluida. Ha sido un largo proceso de desvalorización en el que, sin embargo, no podemos culpar a nadie sino a los propios medios, incapaces de entender lo que significó la toma del internet por parte de las empresas tecnológicas, que no sólo se apropiaron de su información sino también, lo que resultó más grave, de su negocio.
La cabeza de Medusa
La pregunta no es, no debe ser, sobre cuál es el futuro de los reporteros, sino si los reporteros tienen algún futuro. No estoy hablando del periodismo como tal. Es indudable que apenas por entrar a la tercera década de este siglo XXI que tantas sorpresas nos ofrece, el periodismo se está viendo obligado a reinventarse, y los reporteros enfrentan su propia disyuntiva: subsistir o desaparecer.
Sé que suena drástico, sobre todo después de más de cien años en los que su trabajo ha sido indispensable para explicarnos la historia que vivimos, por la transformación que experimentan los medios tradicionales, donde habían encontrado un espacio. Esto en momentos en que la nota informativa se ha convertido en la reina del festejo.
Es cierto también que los reporteros no se han dormido en sus laureles. Desde hace muchísimos años, han encontrado en el libro un espacio privilegiado, que ha su vez ha dado lugar a géneros, y subgéneros, de la crónica al periodismo narrativo, altamente apreciados por los lectores que buscan no sólo la sorpresa de sus revelaciones sino también el goce de estilos que podemos considerar icónicos. Pero hay que reconocer que sólo unos pocos han alcanzado esa excelencia; la mayoría sobrevive en los medios tradicionales, sin más esperanza que completar la quincena.
Los medios más fuertes y visionarios siguen apostando por el reportaje, y han formado baterías de reporteros de altísima calidad, pero son los menos, y su futuro sigue atado al destino de aquellos que acaban de encontrar, luego del avasallamiento a que fueron sometidos al fenómeno de las así llamadas empresas tecnológicas.
Por sin esto fuera poco, deben trabajar en un mundo cambiante y cada vez más violento, en el que acaban convertidos en blancos de esa violencia criminal.
Hasta hace algunas décadas, los periodistas eran las víctimas de regímenes autoritarios, pero hoy, aunque aquella situación persiste, son más bien objetivos de la criminalidad que arrastran consigo los grupos criminales. Lo peor es cuando las dos situaciones se conjuntan. Reporteros sin Fronteras y otras organizaciones similares han alertado de esta situación en muchos países, destacadamente México, con uno de los peores registros de asesinatos de periodistas en tiempos de paz, una paz condicionada por la actividad criminal y la violencia que ejercen los dueños del poder político. Los reporteros tocan sus intereses, los hacen peligrar al revelarlos mediante su trabajo de investigación.
Por eso las cifras de reporteros asesinados en México son escalofriantes, y suben en número año con año, no importa que se declaren alertas para su protección o que tampoco se declare abiertamente la censura. En los hechos, se les persigue y se les asesina, no importa lo que digan los gobiernos en turno, y tampoco si se declaran de derecha, centro o izquierda. La persecución a que son sometidos, y los reclamos desde el poder les ponen una marca, una especie de estigma, que los convierte de esta manera en objetivos críticos, y por lo tanto molestos. Prescindibles.
Lo que hemos descubierto a lo largo de las últimas décadas es que los reporteros han sido blanco del poder. Son seres incómodos, inquisitivos, preguntones, que además no se conforman con las respuestas oficiales, que quieren saber más: de dónde vienen las políticas públicas, por ejemplo; que es lo que esperan, a quién benefician, cómo se financian, por qué esa y no otra. En fin, que nunca quedan satisfechos. Y es esa insatisfacción lo que les da la oportunidad de ser un eslabón imprescindible en las sociedades. Y sí, se les contiene, se los reprime, se les cortan caminos para que puedan ejercer su oficio. Se les restringe y, la verdad, quisiera acabárseles, exterminarlos, y a veces lo consiguen, pero han probado ser como el mito de la Medusa: por cada cabeza que le cortan, surgen más. Dos, diez, cientos de nuevos reporteros que toman el relevo donde el otro lo dejó. Y exigen respuestas. Si se les acota en los diarios, buscan otras rutas, más independientes, más libres, menos frágiles, porque hoy la Red de Redes, que no es sólo las redes sociales ni las empresas tecnológicas, ofrecen ventajas comparativas que antes no tenían. Hoy su mensaje, como las palomas en los inicios de la agencia Reuters, llega a todos, sin pleonasmo. Como los mensajes del papa, urbi et orbi.
Y con esto intento responder la pregunta: sí, los reporteros tienen futuro, y ese futuro está, por primera vez en nuestra historia, sólo en sus manos. Es decir, estamos iniciando una época en que los reporteros no dependen de un editor, un jefe de redacción o el propietario del diario, la radio o la televisora. El gran reto es qué hacer con esa libertad.
*El autor es escritor, periodista y editor de Luna Media. Esta ponencia fue presentada en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, dentro del marco FIL Pensamiento Foro de Periodismo Cultural el 3 de diciembre de 2021.
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Con Cárdenas en el camino. La mirada de Waldo Frank

Por Miguel Sánchez de Armas
En el 85 aniversario de la expropiación petrolera y al amparo de la sentencia de Santayana “quien olvida el pasado está condenado a repetir los mismos errores”, recupero estampas de aquel sexenio.
Hoy prácticamente olvidado, el escritor y periodista neoyorquino Waldo Frank fue considerado en su día como un “puente cultural” entre Estados Unidos y América Latina. Al igual que sus contemporáneos Jack London y John Reed, fue un intelectual cercano a los movimientos sociales progresistas en su país, las naciones americanas y España. Su obra es de una diversidad y de un compromiso tales que no dejó escuela entre los intelectuales sajones de generaciones posteriores.
En 1937, participó en el congreso de la Liga de Artistas y Escritores Revolucionarios en México. Entrevistó a León Trotski y se hizo amigo y acompañó al presidente Lázaro Cárdenas en recorridos por el país. El 1 de octubre de 1939 publicó en Foreign Affairs un texto que nos deja un singular testimonio personal sobre el temperamento político del general. A continuación un extracto:
Si la prensa estadounidense está llena de dudas sobre la valía y sabiduría de Lázaro Cárdenas, apenas podemos culparnos nosotros. El presidente de México tiene peor prensa en su propio país. En círculos de la clase media allá, incluso aquellos bien intencionados, uno rara vez escucha que sea alabado excepto levemente o con solemnes reservas. [Algunos] periodistas explican con gran detalle que Cárdenas es uno de los astutos servidores del “judaísmo internacional comunista”. Activistas sinceros de pensamiento revolucionario […] intentan demostrar cómo el “ingenuo” Cárdenas se deja manipular por los fascistas y corre el peligro de convertirse en un segundo Madero.
[…] No es frecuente que la naturaleza más profunda de un pueblo se exprese en un estadista […] En estos tiempos sólo dos dirigentes políticos parecen dignos de compararse con la sustancia, el origen y esperanzas de su pueblo: uno es Gandhi en la India; el otro el mucho menos comprendido Lázaro Cárdenas de México. Ambos han adaptado por primera vez a los problemas específicos de sus pueblos métodos inherentes a sus propias culturas. Ambos diseñan la independencia para naciones aún muy lejos de ella. Ambos son políticos pragmáticos cuyo trabajo, siendo profundo, está pobremente reflejado en la superficie y debe ser examinado en términos de la ética y de la cultura.
[…] El punto que debo hacer es que ningún mexicano y ninguna época del pasado de México puede decirse que representa enteramente a México.
En Cárdenas la idiosincrasia y la acción política son una. No quiero decir que ahora, como en los cuentos de hadas, México ‘vivirá por siempre feliz’. Hay tiempos oscuros en el futuro; tiempos de amenaza a lo poco que trágicamente se ha avanzado: el mejor de los casos un tiempo de pausa. Pero en la vida mexicana hay el comienzo orgánico de una nueva tradición mexicana. ‘Mi trabajo’, me dijo Cárdenas -y espero que disculpe esta indiscreción puesto que es modesto, discreto y reticente como sus antepasados tarascos- ‘mi trabajo es principalmente crear una nueva tradición’.
[…] Veamos al hombre. La última vez que vi a Lázaro Cárdenas en acción fue recientemente en Sonora […] Manejamos desde Vícam, al suroeste de Guaymas entre oleadas de polvo caliente como carbón encendido, a Jori, uno de ocho pueblos yaquis.
Los yaquis, un pueblo pobre en las artes y sin música cuya vitalidad parece haberse invertido en la resistencia, nunca ha sido realmente pacificado. […] El resultado es que durante diez años los yaquis, con más pan y menos hijos muertos, no han emprendido ninguna incursión contra los ‘mexicanos’. Pero el resentimiento, la desconfianza, un feroz amor por la libertad, están cincelados en sus facciones pétreas.
Todo había sido cuidadosamente arreglado: los ocho gobernadores de los ocho pueblos yaquis debían reunirse y conferenciar con el presidente de México en Jori […]. El presidente Cárdenas arribó sin guardias entre una nube de polvo; sus ayudantes militares se quedaron en Vícam. Los yaquis atisbaron en silencio desde sus chozas techadas de adobe […] El jefe ‘de contacto’, Pluma Blanca, con dos pistolas al cinto, avanzó y dio un saludo brusco al visitante. Sus facciones nudosas no ofrecían ninguna blandura, pero en contraste con el rostro del verdadero jefe, a quien conocí después, su expresión era amable. Solo un par de los gobernadores había llegado, explicó en español balbuceante. Dos veces, mientras Cárdenas permanecía tranquilamente con nosotros bajo la sombra de un ancho ahuehuete, el tambor repitió su anuncio: dos gobernadores más se presentaban. El significado era claro: un presidente de 20 millones de mexicanos equivale a un gobernador de menos de mil yaquis.
[…] Finalmente [Pluma Blanca] explicó que en el grupo de hombres en el patio de la ‘casa grande’ estaban cuatro de los ocho gobernadores y que los otros no iban a presentarse. Los otros cuatro se rehusaron a viajar a Jori. Estaba demasiado lejos; era por debajo de su dignidad.
«Bueno, aquí estamos», dijo Cárdenas. «Platiquemos con los que vinieron». Caminó a la casa. Los yaquis le dieron la mano en silencio, el presidente murmuro el equivalente a ‘gusto en conocerlo’. Todos tomaron asiento en el pórtico, el presidente frente a ellos.
En un estadista prudente pero convencional hubiera sido posible detectar un esfuerzo para evitar -quizá exitosamente- cualquier signo de irritación o condescendencia. Hubiera quizá trascendido una actitud como: «miren, yo soy el jefe de una nación de 20 millones; podría eliminar o ignorar a este grupo, reducido por su terquedad a meros seis mil. En vez de eso, les doy agua, pueblos, trigo. Vengo a verlos ¡y tienen la imprudencia de tratar de hacerme menos! ¡Por buena persona no digo lo que estoy pensando!».
En Cárdenas no había ningún intento de disfraz. El hombre sentía el mal yaqui porque estaba dentro del corazón yaqui. Intuitivamente. Como representante de un gobierno con una larga tradición de opresión, debía todo a los yaquis; y si ellos aceptaban cualquier cosa, les daría las gracias.
Habló. Había venido a conocer las necesidades de la nación yaqui: agua, tierra, herramientas, educación, salud; y para discutir con los jefes yaquis los problemas que ellos mismos eligieran presentar. El intérprete a su lado tradujo esto al yaqui y las respuestas al español. Los hombres votaron: asentimientos casi inarticulados y algunos ‘no’ más audibles. Pronto salió el problema: que esto y que aquello, no podían decidir sin la participación de los ocho pueblos. Como quien no quiere la cosa, Cárdenas sugirió: «¿por qué no nos vemos mañana a las 11?» Y propuso que el encuentro fuera en el mayor de los cuatro pueblos no representados. Los orgullosos gobernadores asintieron. Cárdenas había ganado no tanto por predicar ni por exhortar con una amenaza velada, sino por mantenerse por encima de la animosidad. El férreo orgullo de los yaquis fue anulado por la ausencia de orgullo en Cárdenas.
[En otra oportunidad] lo acompañe en una «campaña» de diez días a la sierra de Oaxaca, el desolado y pobre territorio en donde la gente muere de hambre mientras que las raíces de su maíz tocan fabulosas riquezas. Dejamos los camiones en la cabeza de un camino y tomamos caballos. Pasamos por más de un caserío después de una hora en una brecha demasiado estrecha para los caballos […]. Día tras día el presidente de la República escucho a los hombres, a las madres, incluso a los niños, a los maestros… siempre a los maestros. Detalle tras detalle. Y día tras día, su visita abrió una brecha de claridad y buenos sentimientos entre los escombros emocionales de la zona. Detalle tras detalle: una nueva escuela, un nuevo canal de irrigación, una nueva alianza política. ¡Y la vida de toda la sierra cambiando!
Recuerdo un día en una granja colectiva en La Laguna. Éste es un rico valle a horcajadas entre dos estados, Durango y Coahuila, en donde se cultivan buen algodón y trigo. Antes pertenecía a un puñado de latifundistas; hoy 40 mil antiguos peones son los propietarios y lo cultivan. Una nueva presa, El Palmito, estará lista en 1940 para captar el caudal del río Nazas en la época de lluvia y así convertir a la región en un nuevo Egipto. Cárdenas ama esa presa: cuando fue a supervisar el avance de la construcción, sus manos se agitaron como si quisiera acariciarla. Pero tuvo horas interminables para los humildes ejidos, para escuchar los pequeños problemas de las mujeres; para contemplar cómo los hombres, muchos de ellos veteranos del ejército de Pancho Villa, levantaban enormes nubes de polvo al rayar frente a él sus monturas, luciendo viejos fusiles.
Detalles. Para las minucias tiene la paciencia de un político en campaña y el entusiasmo de un pregonero del mercado. Mientras discute acerca de una escuela, de un canal, de un tractor, de una injusticia personal, ¡es México el que se transforma!
[…] Vive en campaña perpetua; es un presidente en pie de guerra intentando ganar paz para su pueblo. Fue simbólico el despliegue de los veteranos de la revolución entre la polvareda levantada por sus monturas. Al viajar de un lado a otro del país, Cárdenas ha recuperado la revolución, la ha convertido en ‘revolución perpetua’ en términos de mejor comida y agua… y mejor música.
[…] Más de una vez, observando a Cárdenas trabajar, he pensado en el escultor modelando amorosamente el barro. […] Cárdenas sabe a lo que está dedicado. Puede probarlo inteligentemente a sus amigos. Pero más profundo que sus palabras es su conocimiento de México. Más profundo que su conocimiento es su intuición del destino de México. Y más inmediato que su conocimiento y su intuición es su compromiso con el hecho particular ante él. Nunca antes ningún presidente ha conocido tan bien tantas regiones de México. Ningún presidente de manera tan evidente ha empeñado su tiempo y su atención durante cinco años al detalle de los acontecimientos. Y así México cambia.
[…] Cárdenas favorece la autonomía en donde quiera que sea posible; y frecuentemente en donde es imprudente. […] las escuelas públicas; la secretaría de Comunicaciones; las asociaciones de abogados, doctores, ingenieros; los pequeños negocios; incluso la Casa de España, cuya misión es colocar a los intelectuales españoles exiliados en las escuelas de la República, todos ellos, desde su punto de vista, son típicas entidades capaces de operar por sí mismas, para bien o para mal […]
[…] Cárdenas sabe que fuerzas adentro y en el exterior traman la contrarrevolución. Sabe que muchos de los viejos generales lo odian a él y a su obra. Tiene fe en la intuición de su pueblo; pero tiene confianza en el ejido. Quizá, si la República española realmente hubiera distribuido las tierras… el tiempo dirá.
Pero por lo menos debe quedar claro qué tan lejos este hombre y este país están de los prevalecientes colectivismos europeos. El comunismo está tan lejos como el fascismo de este relajado sistema liberal en el que las industrias estatales y privadas y muchos partidos se desplazan al unísono dentro de una constelación.
[…] Esta es la esencia de la cuestión: la motivación ética de Lázaro Cárdenas que empieza a articular -a tientas, con peligros- el espíritu de su pueblo. Cárdenas dejó la parcela de maíz de su madre a los 16 años para unirse a la revolución. Se convirtió en un general de caballería. Toda su vida ha transcurrido entre militares y se ha rodeado con lo mejor del ejército. Sin embargo, es ajeno a la violencia. Se dice que desde que es presidente sólo una vez ha sido presa de la ira, cuando se enteró de la muerte de [Saturnino] Cedillo.
La misma desconfianza de la violencia, incluso de la violencia de la “razón” aislada, guía a Cárdenas en todos sus actos. La prensa de México se le opone violentamente. Cada semana se publican en la capital artículos cuya virulencia no avergonzaría a Der Stürmer. Cárdenas no suprime ningún periódico, grande o pequeño. Responde con trabajo a los peligrosos ataques. Ha levantado el agresivo cierre de las iglesias. Prefiere que se viole la ley y que un número ilegal de sacerdotes oficie en los templos. Incluso su actitud hacia sus propios errores es la de la menor resistencia. Muchos de sus nombramientos no han sido buenos; pero prefiere permitir que los funcionarios equivocados renuncien voluntariamente al puesto. Pareciera valorar la estabilidad más que la eficacia inmediata. Si esto es la medida profunda de lo que México necesita o un error fatal, el tiempo lo dirá. Pareciera controlarlo un sentido orgánico del crecimiento de México, no del simple «progreso» de la intrincada dialéctica de la vida, frecuentemente opuesto a los obvios preceptos de la razón.
Es un camino peligroso el que Cárdenas ha tomado. Pero es un mundo peligroso en el que vive. Y aunque sus valores son de paz, Cárdenas no es ajeno a las estrategias de la batalla.
19 de marzo de 2023
Si desea una copia del artículo completo de Waldo Frank solicítela al correo juegodeojos@gmail.com
Arteleaks
El buen pastor, columna de Miguel Ángel Sánchez de Armas

Por Miguel Sánchez de Armas
En el 85 aniversario de la expropiación petrolera y al amparo de la sentencia de Santayana –“Quien olvida el pasado está condenado a repetir los mismos errores”-, recupero cuatro estampas de aquel sexenio.
A principios de 1923, el director del diario News and Observer de Raleigh, Carolina del Norte, denunció en un editorial que su país procrastinaba en otorgar a México un pleno reconocimiento diplomático y urgió a la poderosa república a dispensar al débil vecino del sur toda la ayuda posible.
Este periodista, que llevaba a cuestas el nombre bíblico de Josephus Daniels, era un liberal confeso, vicepresidente de la Liga Antiimperialista, militante del panamericanismo y nada amigo de los corporativos petroleros. Que se expresara así no era de llamar la atención, pues Daniels no era un periodista o político cualquiera.
Como secretario de la Armada en el gobierno de Woodrow Wilson, en 1914 había firmado las órdenes para el bombardeo de Veracruz y la ocupación de la plaza, formalmente en represalia por un “incidente” entre marines gringos y federales mexicanos en Tampico, pero en realidad otro episodio de la disputa por el petróleo mexicano.
Su segundo de a bordo en la Armada en aquellos años, Franklin Delano Roosevelt, llegaría a ser el trigésimo segundo presidente de Estados Unidos, de 1933 a 1945, y tendría que navegar una profunda crisis económica y la II Guerra Mundial, además de sortear uno de los momentos más espinosos en la relación siempre espinosa con México: la expropiación petrolera de 1938.
En su discurso inaugural el 4 de marzo de 1933, Roosevelt había ofrecido una nueva política continental a la que llamó “del buen vecino”, aunque con tal vecino, durante cien años, México había librado una guerra desigual, perdido la tercera parte de su territorio y suscrito, con el cañón de una pistola amartillada apuntándole a la nuca, el Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Pero Roosevelt era un político sagaz, urgido por elevar el nivel de las relaciones con América Latina, particularmente con un México que se reconstruía después de una dolorosa revolución.
Para esa tarea se sirvió de su antiguo jefe, a quien mandó a la embajada en México diez días después de tomar posesión de la presidencia. Era un representante personal, alguien en quien confiaba y no un diplomático de carrera convencido de la inevitabilidad del “destino manifiesto” como los aristócratas de escuelas exclusivas de una sociedad snob, o bien, imitadores de las clases acomodadas que pululaban en el Departamento de Estado.
El presidente pareció seguir el ejemplo de Abraham Lincoln, quien confió “la más importante relación internacional” a su correligionario Thomas Corwin, cabeza de la oposición a la guerra con México, y de Wilson, quien aún fresca la sangre de Francisco I. Madero, despachó a dos cercanos: el periodista William Bayard Hale para confirmar la participación del embajador Henry Lane Wilson en el asesinato de Madero y José María Pino Suárez y a John Lind, para enfrentarse a Victoriano Huerta.
El 7 de marzo de 1933, Washington informó al gobierno de México de su intención de nombrar a Daniels y el placet se obtuvo en 24 horas, velocidad inusitada para un gobierno que, apenas unos meses antes, había negado el permiso a un agregado naval a la embajada de Estados Unidos porque había sido uno de los oficiales de las fuerzas invasoras en Veracruz.
La diplomacia mexicana se vio atrapada entre ofender al presidente del poderoso país del norte y la posibilidad, por remota que pareciera, de que la “política del buen vecino” se instrumentara para sanear una relación herida entre las dos naciones.
El presidente Abelardo Rodríguez aceptó de mala gana. El tono airado con que se recibió la noticia en México hizo que el secretario de Estado, Arthur Bliss Lane, enviara una nota oficial en la que subrayaba que el nominado era un “viejo, cercano y confiable amigo” de Roosevelt y su nombramiento prueba “del profundo interés” de Estados Unidos de “mantener buenas relaciones con México”.
La reacción de la prensa mexicana no fue de bienvenida y el pueblo tampoco recibió con agrado la noticia. El 24 de marzo la embajada gringa fue apedreada y hubo manifestaciones de estudiantes. En Monterrey, se dieron movilizaciones. Incluso la comunidad empresarial estadounidense en México recibió con desagrado el nombramiento.
El semanario Omega de la capital de la república reflejó el sentir del momento: “El embajador Daniels lleva sobre los hombros el peso de la ocupación de Veracruz. La memoria de ese inicuo atentado contra nuestra soberanía ocasionará que el nuevo enviado encuentre una helada atmósfera entre nosotros.”
En realidad, si bien Daniels no era un experto en asuntos de México (y no hablaba español), tampoco era ajeno a la situación del país en donde representaría durante nueve años a su gobierno.
La cercanía con Roosevelt permitió a Daniels una poco común capacidad de maniobra y en más de una ocasión desestimó instrucciones directas para presionar o amenazar al gobierno de Lázaro Cárdenas en el asunto de la expropiación.
En el Departamento de Estado se resignaron a que el jefe de la representación en México no fuera un empleado al que se le pudiera exigir el mecánico cumplimiento de instrucciones. Se quejaban de que en México debían lidiar con un gobierno respondón “y con nuestro embajador”.
En este contexto, pese a los desfavorables augurios iniciales en torno a su nombramiento, logró, al cabo de nueve años, distinguirse como quizá el mejor Embajador de Estados Unidos en México a la fecha.
Daniels, ajeno a sutilezas diplomáticas, denunció la colusión entre un Departamento de Estado amamantado en la doctrina del gran garrote, parida en 1902 por el presidente Teddy Roosevelt y las empresas expropiadas para aplicar a México la mano dura.
De manera personal y oficial sostuvo la convicción de que mientras ganaran dinero, ni a la Standard ni a las otras empresas les importaba el daño a otros intereses comerciales “o a la Política del Buen Vecino en la que tantas esperanzas tenemos”.
Y sobre la guerra de propaganda desatada por las petroleras y sus cofrades en Washington, Daniels no tuvo pelos en la lengua: “Lo más bajo a que llegó […] fue la de la revista Atlantic Monthly, una de mis favoritas hasta que se degradó entregándose a los intereses petroleros. Cayó de las alturas al más profundo abismo y se ganó el desprecio de todos quienes vieron que una revista que durante mucho tiempo gozó de la confianza popular había perdido la decencia, como lo fue, cuando abrazó la campaña de las compañías de petróleo que deseaban que Estados Unidos le declarara la guerra a México”.
Pero la cordura y el buen juicio prevalecieron. Según el embajador, en esta guerra de nervios instigada desde las oficinas de las petroleras en Londres y Nueva York, “dos funcionarios públicos conservaron la cabeza mientras muchos otros la perdían a su alrededor: Franklin Roosevelt en la Casa Blanca, autor de la doctrina del buen vecino, y Josephus Daniels, el delegado de esa doctrina en la República Mexicana”.
Daniels estaba convencido de que el proyecto cardenista, incluyendo la expropiación, daría a las masas “más riqueza y capacidad de compra”, con lo cual México sería un mejor mercado para productos estadounidenses y fortalecería la resistencia contra los avances del comunismo y el fascismo.
No cerró los ojos la vigorosa movilización desatada por la expropiación, e hizo ver a los formuladores de política de la Casa Blanca que esta fue esencial para amalgamar el espíritu de México, en donde privaba la sensación de que la medida de Cárdenas era el símbolo de la unidad nacional.
En un pasaje de su libro Diplomático en mangas de camisa, en donde no oculta su admiración por el cardenismo, Daniels describió el impacto que le causó la reacción popular desatada el 18 de marzo, particularmente las aportaciones populares en el vestíbulo del Palacio de las Bellas Artes: “Fue como si hubiera llegado el día de la liberación”.
12 de marzo de 2023
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Arteleaks
A un joven escritor, carta de Xavier Villaurrutia a Edmundo Valadés

Edmundo Valadés, tenía 19 años y era alumno de la secundaria #7, en el antiguo DF, donde Xavier Villaurrutia era su maestro
Para Adriana y su gato negro.
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Con fuerza y cariño, con agudeza y sensibilidad irradiadas del Rilke de Cartas a un joven poeta, a mediados de 1934, el gran Xavier Villaurrutia le dirigió una carta a un joven en quien la llama de la vocación literaria ardía intensamente.
Era un muchacho de apenas 19 años llamado Edmundo Valadés, alumno de la secundaria #7, en donde Villaurrutia era maestro.
Y fue en aquel De eFe que aún esplendía como la región más transparente del aire y Los contemporáneos daban clases en las escuelas públicas y viajaban en camión y tranvía.
Edmundo nació con la timidez a cuestas y la inseguridad lo asaeteó toda su vida. Pero más de medio siglo después, recordaba este episodio como uno de los alientos más formativos para su voz interior literaria, como me dijo en nuestras Conversaciones a mediados de los noventa del siglo pasado.
Había enviado una carta de su puño y letra pidiendo consejo al poeta para «obtener la mágica fórmula» con objeto de decidir qué propósitos literarios debían normar su literatura: “si el juego de la inteligencia; si como expresión de juvenil nacionalismo o como obligada al servicio de causas universales”.
Todas sus preguntas habían sido planteadas “en ingenuo y superficial esbozo”, dándole el tratamiento de vos, “por lo que me regaña cordialmente disgustado y que, sin embargo, le permitieron adelantarse en las verdaderas preocupaciones que no llegué a expresarle –la necesidad de conocerme, de definirme intelectualmente, de saber si era capaz y tenía talento literario- y a las que él respondió con la bella lección, con sabia y valiente invitación, valedera para todos los jóvenes y viva en esta carta […]”.
Edmundo Valadés es una de las figuras tutelares con las que me bendijo Fortuna. A casi tres décadas de que nos dejara para alcanzar su estado de gracia, quise compartir con mis lectores este texto que no ha perdido, ni perderá, vigencia. Y que habiendo sido dirigido a una persona en particular -como Rilke escribió a Franz Xavier Kappuz cuando éste también tenía 19 años- hoy son luminarias en el sendero a la creación literaria.
Estimado amigo:
No me gusta el tono de su carta. El uso de expresiones rebuscadas -que sólo se emplean para dirigirse a los tiranos- me molestó al grado de que estuvo usted a punto de quedarse sin respuesta. He acabado por ver en ello la muestra de su ingenuidad y esto le ha salvado a usted. Pero piense, en todo caso, que una mayor sencillez le habría asegurado más pronto y mejor confianza.
Me confía sus dudas, sus temores acerca de la actividad literaria que ha empezado usted a emprender. Me interroga acerca de los caminos que debe seguir en un momento en que yo creo advertir una de esas crisis de adolescencia o de primera juventud que serán cada vez más frecuentes y siempre menos peligrosas de lo que usted pudiera pensar. Si sus dudas fueran más claras, si sus temores estuvieran más abiertamente dibujados, si sus interrogaciones fueran más precisas, yo correspondería en la misma moneda, con afirmaciones claras, con signos de confianza más delineados y con respuestas más precisas. Pero la claridad de una respuesta y también su eficacia depende de la claridad de la pregunta. Por eso mi carta tendrá, sin duda, el aspecto de esas respuestas que damos a preguntas que no hemos entendido bien o que hemos oído pensando más acá o más allá de donde debiéramos.
El grupo en el que usted me cuenta y en el que yo mismo me incluyo se formó casi involuntariamente por afinidades secretas y por diferencias más que por semejanzas. «Grupo sin grupo» le llamé la primera vez que comprendí que nuestras complicidades privadas, nuestras desemejanzas corteses, nuestras intenciones, diversas en el recorrido pero unidas en el objeto de nuestra ambición, tenían que trascender al público, como sucedió en efecto. «Grupo de soledades» se le ha llamado después, pensando en lo mismo. Un grupo que no lo es. Unas soledades que se juntan. Medite usted en el significado de estas denominaciones hechas sin programa alguno de política literaria y como a pesar nuestro. ¿Qué es lo que ata a estas soledades? ¿Qué es lo que agrupa un momento a unos cuantos seres para separarlos en seguida? Desde luego, la semejanza de nuestras edades, de nuestros gustos más generales, de nuestra cultura preservada en momentos en que nadie cree necesitarla para nutrir sus íntimas vetas. Además, nuestro deseo tácito de no hacer trampas, de apresurarnos lentamente, de no caer en el éxito fácil, de no cambiar nuestra personal inquietud por un plato de comodidades, de falsa autoridad, de auténtica fortuna.
Ahora se preguntará usted ¿qué es lo que desata a estas soledades juntas y disuelve a este grupo? Nada más sencillo que hallar una respuesta: la personalidad de cada uno. El vecino respeta la mía y yo la del vecino. La libertad es entonces, aunque pueda parecer mentira, el lazo que al mismo tiempo, nos une y nos separa. Pero esta libertad es lo único que nos ayuda a respirar abiertamente en un clima en el que juntos estamos satisfechos, tanto como si estuviéramos separados. En nada se parece un poema de Gorostiza a otro de Gilberto Owen. En nada una página de Cuesta a una página mía. Y no obstante, un lazo imperceptible (ese lazo imperceptible que usted ha advertido) las une. Sin quererlo, sin pretenderlo, pero sin rechazarlo ni negarlo, se ha formado, más en la mente de los escritores que nos preceden o nos siguen que en la realidad misma, un grupo, una generación. El hecho de que se nos considere unidos nos viene, pues, de fuera. Ni un programa, ni un manifiesto que provoquen esta idea hemos formulado. Pero puesto que la idea existe, la aceptamos y seguimos juntando nuestras soledades en revistas, en teatros, en obras, y hasta en lo que usted llama nuestra influencia.
Por si te lo perdiste: Ve y dilo en la montaña, James Arthur Baldwin (losangelespress.org)
Y puesto que me habla de nuestra influencia, le diré que yo también la advierto en muchos espíritus jóvenes y, como usted dice, en algunos maduros o que lo parecían. En usted mismo, en la actitud que revela al escribirme, está presente. Hay en su carta, por debajo de la exagerada modestia con que está redactada, un deseo de aclarar un problema hasta el fin, una avidez de conocerse, un deseo de buscar los caminos de la salvación de su espíritu por medio de la actitud crítica, en que reconozco nuestra descendencia. Porque eso, la actitud crítica es lo que aparta a nuestro grupo de los grupos vecinos. Esta actitud preside, como una diosa invisible, nuestras obras, nuestras acciones, nuestras conversaciones y, por si esto fuera poco, nuestros silencios. Esta actitud es la que ha hecho posible que la poesía de nuestro país sea una antes de nosotros y otra ahora, con nosotros. Más interior, más consciente, más difícil ahora, porque se opone a la superficial de los modernistas, a la involuntaria de los románticos, a la fácil de los cancionistas. Y no sólo la poesía… Pero ya habrá usted pensado que yo no respondo al menos directamente, a sus particulares e imprecisas cuestiones. Y, sin embargo, creo que para contestarle no tengo otro recurso que este de rodear los temas que a usted parecen desvelarle.
La crítica y la curiosidad han sido nuestros dióscuros; al menos, han sido los míos. Bajo la constelación de estos hijos gemelos de Leda transcurre la vida de mi espíritu. Ya Ulises, la revista que dirigimos Salvador Novo y yo, lo revelaba públicamente: Revista de curiosidad y crítica. La curiosidad abre ventanas, establece corrientes de aire, hace volver los ojos hacia perspectivas indefinidas, invita al descubrimiento y a la conquista de increíbles Floridas. La crítica pone orden en el caos, limita, dibuja, precisa, aclara la sed y, si no la sacia, enseña a vivir con ella en el alma. Si usted piensa, por curiosidad y con crítica, en los epígrafes que aparecen al frente de cada número de nuestra revista, hallar la única doctrina de ésta y la de los jóvenes que navegamos en ella, a la deriva, encontrando pasos de mar en el mar que es de todos, perdiéndonos para volver a encontrarnos. «Es necesario perderse para volver a encontrarse», dice Fenelón. Y, pensando en la salvación del alma, San Juan escribe: «De cierto que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios».
¿Tendré que citar de memoria la frase de San Mateo que aprendí en André Gide acerca de la salvación de la vida? «Aquel que quisiera salvarla, la perderá -dice el evangelista-, y sólo el que la pierda la hará verdaderamente viva». Releyendo una página de Chesterton, encuentro algo que es, en esencia, idéntico pero que se acomoda mejor a la crisis del espíritu en que usted parece hallarse: «En las horas críticas, sólo salvará su cabeza el que la haya perdido». ¿Ha perdido usted la suya? Mi enhorabuena. Piérdala en los libros y en los autores, en los mares de la reflexión y de la duda, en la pasión del conocimiento, en la fiebre del deseo y en la prueba de fuego de las influencias, que, si su cabeza merece salvarse, saldrá de esos mares, buzo de sí misma, verdaderamente viva.
Leer más del autor: Ricardo Garibay: el volcán solitario – (losangelespress.org)
Otros seres hay que esperan salvarse cerrando los ojos, procurando ignorar todo lo que pueden -según ellos- dañarlos. Se diría que no salen a la calle para no mojarse o para no mojar el paraguas de su alma. Vírgenes prudentes, maduran antes de crecer y, a menudo, no crecen. Temen las influencias y ese mismo temor los lleva a caer en las más enrarecidas, en las únicas que no son alimento del espíritu. Odian la curiosidad, la universalidad, la aventura, el viaje del espíritu. Echan raíces antes de tener troncos y ramas que sostener. Hablan de la riqueza de su suelo y de su patrimonio, que pretenden salvar conservándolos… Entre ellos no podrá usted contarnos. Y si alguno de los artistas que forman, involuntariamente, nuestro grupo de soledades ha sentido la necesidad momentánea de abogar, ante los espíritus más jóvenes, por la prudencia y la inmovilidad, oponiéndolas a la curiosidad y al viaje del espíritu, es porque la libertad entre nosotros es tan grande que no excluye las traiciones y porque en estas traiciones se pierde la cabeza que sólo así habrá de salvarse.
Creo haber satisfecho su deseo. Me perdonará la forma indirecta y velada de hacerlo, pensando en que sus preguntas no eran menos indirectas y veladas.
Créame su atento amigo.
26 de febrero de 2023
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