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Cuauhtémoc Blanco y la ética en el deporte

Crónica zapatista sobre la ética en el deporte y el modo de vida de las comunidades indígenas. Una entrega de Vinicio Chaparro

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Equipo zapatista en Chiapas Foto: aucas-pueblo.blogspot.com

Viaje al Epicentro de la Tierra

(Un estudio profundo del inconmensurable fenómeno del zapatismo)

Los Tiempos Indios

Crónica

Por Vinicio Chaparro

¿Y que diablos tiene que hacer Cuauhtémoc Blanco en un estudio sobre el inconmensurable fenómeno del zapatismo, si ya ni siquiera juega al futbol y ahora es el hijo de Carmen Salinas en una telenovela de alto rating en El Canal De Las Estrellas?, me pregunté tres veces antes de escribir esta entrega. ¡Bull Shit!, casí grité, (acuérdense que también estoy escribiendo para los lectores chicanos de Los Ángeles Press).

¿Y qué tenía que ver ese patán en un ensayo sobre zapatismo y ética deportiva?

En este viaje al epicentro de la tierra, al parecer, debía haber otros temas más importantes que el de un pobre futbolista cuyo mérito intelectual más destacable era el movimiento de sus patas (sí, dije patas). No, definitivamente esto era irregular, algo sicótico, (ojalá y sepan que quiere decir esta palabra, por que yo no, y se oye muuuuy mal), era algo que se había salido de control y de estilo literario, juro por dios que todo lo ve y nada olvida, que en toda la caravana no hubo toques eléctricos. Fue otra cosa lo que motivó la aparición del Cuau, fue definitivamente, otra cosa.

Fue un juego de básquetbol.

Apenas habíamos asimilado lo increíble y novedoso del nuevo planteamiento zapatista en términos de educación, de organización social y de la cuestión del poder y justo después de deglutir dos sabrosos tamales de frijoles que dos de las hormigas antropólogas nos habían ido a ofrecer por la cómoda cantidad de dos pesos con cincuenta centavos por los dos tamales, cinco pesos por cuatro, (lo que ocasionó que volviera a pensar en el Nobel de Economía, otra vez), y después de un intercambio de miradas cómplices con las dos jóvenes vendedoras, que seguían sus análisis de mi persona, tal vez porque era el más veterano de La Karavana de La Karakola o por que vieron la juventud de mi corazón, no sé. A la mejor por feo. O por lo bonito, o les recordé a su abuelito, pero se alejaron contentas por su venta y las seguí con la vista y veía que de vez en vez, juguetonas, volteaban y tapaban su sonrisa con una mano, en la otra cargaban los tamales, por dos bromas infantiles que les habíamos hecho.

Apenas devoramos, Fabi y yo, los cuatro tamalotes y empezó un juego de basket en la cancha de La Garrucha. Tuvimos que mover rápidamente nuestros traseros para salir corriendo como Las Ángeles de Charlie, a quitar nuestras tiendas de campaña que en un rincón de la cancha, estorbaban al juego.

La División del Norte, que se mantenía a la expectativa a distancia de la cancha, vio nuestro rápido movimiento y a una mirada del Yeneral Ányol, (¿se acuerdan del él, el que estaba enamorado de Miranda y nunca se lo dijo?), toda la División: Jesús, el primo lejano de Charlie Brown, (ya no le voy a decir Chuky), Javier, Gema, y la subdivisión completa de Querétaro, (“Los hijos de La Corregidora”, les decíamos, o Los Chichimecas de La Jefa Tanya), se incorporaron a la labor y a duras penas y en un rápido movimiento colectivo divisionario movimos las tiendas con mucho cuidado, pues algunas tenían una lujosa laptop de 2 mil dólares americanos, con 7 gigas de memoria Ram, (brincos diéramos), adentro del sleeping y había que evitar daños cibernéticos. Y el juego continuó.

El árbitro zapatista en juego de basquetbol Foto: Proyecto Suri

Bueno, en realidad los jóvenes no habían dejado de jugar y, cuando se requería capturar una bola fugaz que se iba hacia el rincón aquel, brincaban las tiendas como canguros, como cuando los perseguía el ejército aquel enero del lejano1994.

Solo Rina, la alemana más tierna de esta historia, hija renegada de La Merkel, tomaba apuntes con inusitada pasión. Se podía escuchar el tallar de su bolígrafo. Los demás observábamos el juego con especial interés. Bueno, Rina se la pasó todo el viaje escribiendo, solo se interesaba en nosotros cuando escuchaba albures, entonces si trataba de mejorar su español, y las relaciones germano-mexicanas.

Fue entonces que me percaté de lo importante de aquel juego.

Mi mente viajó lejos, a mi Chihuahua del alma, cuando éramos campeones, cuando Raúl Palma, Oscar Asiain, La Flecha Zaragoza y hasta Chuy García, eran nuestros Maykoles Yordans y Mayics Johnsones. Y Ron Sidol (así se oía en la radio) era el ídolo de nuestras malinchistas chihuahuenses que nomás con ese negrote “querían”, a los chihuahuenses ni los volteaban a ver aunque hicieran mil garigolas.

Recordar es vivir, me dije mientras observaba a aquellos jóvenes zapatistas dándonos unas clases de fragor y entusiasmo que ya las quisiera el Che en sus filas cuando andaba en El Congo. Eran jugadores de potencia. No muy altos, pero corrían como desgraciados. La defensiva era terrible, una lluvia de manos estorbaba cada tiro. Mucha fuerza, poca técnica bajo el tablero, recurrían sin cesar a los tiros de media distancia, con funestos porcentajes de aciertos.

Seguramente que a ambos técnicos, de los dos equipos, debían poner a practicar fuertemente los movimientos y tiros bajo el aro, (les urgía y les requeteurgía un video de Michael Jordan), eran una jauría. Eran puros Rodmans defensivos. Y ya se han de imaginar, nomás se oían los pujidos, y nosotros, los disciplinados villistas de la División, estábamos tras uno de los aros.

Podíamos observar las venas del cuello, inflamadas por el esfuerzo. Pero aún y la falta de técnica y de tiros bajo el aro, la potencia, la fuerza con que luchaban, era de llamar la atención. La pasión, como diría Faithelson. “Era pasión, dedicación, entusiasmo, lo que el básquetbol exigía. Una inmensa lucha por ganar, por ser el mejor. Y solo los gladiadores son capaces de eso, pues se juegan la vida frente a un león…”.

Bueno, parece que he visto mucha tele últimamente y…la pasión me desborda el entusiasmo, las ganas de vivir el remolino de la competencia, del duelo del hombre contra el hombre. Ay güey, pensé, a ver si no me ve José Ramón Fernández o el pobre arrastrado de Brozo, el ex payaso tenebroso, y me quieran contratar de cronista.

Hice mis anotaciones mentales con excelsa pulcritud y me dispuse a observar todo a mí alrededor, como el antropólogo natural que nunca fui. Rina sacaba la lengua mientras escribía y exprimía un pequeño barrito adolescente, mientras daba ocasionales miradas a la cancha, parecía no importarle mucho el marcador. (Ni nosotros, creo que siempre le valía madre si estábamos o no, cerca de ahí). Eso me inspiró, después de todo Carlitos Marx era alemán, así que, prensé un botón y puse el Ojo Biónico Avisor, en ON.

Fue hasta el segundo tiempo, cuando un equipo rebelde le ganaba a otro equipo rebelde, fue hasta entonces que me cayó el veinte y vino Cuauhtémoc Blanco a mi memoria, de cuando era el estrellita del equipo América y propinó, ante las cámaras de Tv Azteca, un santo trancazo en la cara a David Faihtelson, mi cronista deportivo favorito, después de Juanra, (los de Televisa me dan ganas de guacarear), desde una minúscula ventana de unos vestidores, cuando el poeta grandulón pasaba por ahí, en un acto por demás miserable, de Cuaytemoc, claro, y recordaba cuando insultó a la primer árbitra mexicana de la historia, cuando, con mis antenitas de vinyl inglés, me percaté que en ese partido que observaba en ese momento no había árbitros, ni ampayers, ni referis. Los mismos jugadores advertían de cualquier falta. ¡Oh…!, dije para mis adentros. Un caso para Sherlock Holmes, sin duda. (Bueno, debí decir Cherloque Jolms, ya ven que soy la versión mexicana).

Pero, perdón por la desviación, creo que tendremos que llevar un poco la vista atrás, volver hasta cuando el deporte fue corrompido por las ambiciones (y ganancias) del capitalismo, (ya ven que el capitalismo tiene la culpa de todo, hasta de cuando no llueve), podemos verlo a cada minuto cuando en las camisetas de los equipos de futbol de los mexicanos ya no cabe un anuncio más: bancos, coca colas, cerveceras, papitas fritas, tenis superbiónicos, Leche Lala y todas las falsas ilusiones de calidad que llenan el cuerpo de los jugadores ídolos de nuestra juventud, con fines meramente publicitarios, o sea, mercantiles.

Los juegos olímpicos han perdió su sentido deportivo para convertirse en un espectáculo de ventas. O, ¿cómo le podemos llamar al hecho de que Michael Jordan, quien ganaba millones de dólares al minuto, se enfrentara a deportistas tan pobres que su alimentación era peor que la del mismo perro favorito de Jordan. Hasta allá ha llegado el capitalismo a corromper la competencia de unos atletas amateurs que a veces tenían problemas hasta para comer arroz o frijoles.

Basta imaginar a un atleta de Ruanda, de Indonesia o de México tratar de enfrentar a temibles máquinas estadunidenses, rusas y alemanas formadas de todo tipo de asteroides y esteroides. Noooombre, sería como si yo me enfrentara con John Cena (Yon Sina, se prenuncia), ese transformer hecho de puras hormonas musculares, en una dispareja contienda de wrestling (lucha libre, para los que no hablan inglés). Ni los huesos me hubieran quedado. Que diferencia al Cavernario Galindo que se daba tremendos trompones con El Santo, El enmascarado de plata, pero naturalitos. Cero hormonas artificiales. Ahora son puros globos.

Los grandes deportistas han sido capturados por la mercadotecnia y esto ha desarrollado una ambición por sueldos tan millonarios como el de Messi y de Christiano Romualdo, (perdón fanáticos del Real Madrid, debí decir Ronaldo, el dios Ronaldo). Hoy el deporte es un negocio, es decir, una manipulación de nuestros ánimos deportistas. Una manipulación que busca la ganancia como motor fundamental de los juegos olímpicos y todo tipo de competencias mundiales o televisivas.

Solo en Cuba se ha impedido esta involución. El resto del mundo mira el futbol entre comerciales de las transnacionales que nos hacen tomar una coca al día, querer tener un Peugot o anhelar un viaje a Cancún o, mínimo, una cerveza Sol. Para eso nos quieren ahí, sentados frente al televisor, para hacernos fanáticos de Hugo Sánchez. Bueno, antes; ahora El Pichichi es más «mamón» que el mismísimo Cuau. Ya ni Televisa lo quiere.

Y dentro de la ética en el deporte, dicho con todo respeto para los amantes del Perro Bermúdez, el futbol es el deporte más cuestionable de todos. ¡Truchas, ojo, zorras!, fíjensen bien en el terreno del juego. Basta ver a un jugador de futbol soccer tirado en el pasto agarrándose una pierna con una cara de muerte mortal, como si se le hubieran quebrado la pata (si, dije pata) en tres partes, basta eso y ver como todos los dolores desaparecen al sonido favorable del silbato.

Fingir es lo común en el futbol. Hasta Cristiano Ronaldo se ha roto un fémur con tal de ganarle al Barcelona. Messi no hace malos quesos, lo he visto sufrir como en un parto natural y levantarse ágil y ligero a los 15 segundos, después de conseguir el penalti con su actuación.

Podrán poner a miles de niños a que saquen una enorme bandera de “Fair Game” antes de cada juego, de todos modos los patadones se dan al por mayor, insultos, escupitajos, golpes bajos y conatos de violencia. Eso es clásico para los domingos en el sillón (los que tienen sillón). La ética en el futbol es una desconocida manifestación humana, reflejo de nuestro sistema pedagógico, que no ha sido estudiada con todo rigor. Pero es solo un deporte, ¿que de importante puede ser la ética del deporte si lo que este intenta es divertir? Dirimir las guerras en carreras y jodazos reglamentarios al por mayor (sobre todo en el box).

Un caso aparte es la lucha libre, como fenómeno deportivo-teatral, aún más preocupante para la sociología del deporte. Pero, eso…es otra historia.

Por eso, en ese espíritu de “ganar a como de lugar”, en que se ha convertido el deporte, el basquetbol es el rey de la ética, (porque en todos los demás aspectos, el rey de los deportes es el beisbol, ya lo decía mi Hemingway del alma). Pero, ya fuera de broma, sin antagonismos deportivos y sin rictus de dolor en el césped de un estadio, hay que reconocer el papel ético en el deporte del basquetbol. ¿Dónde más?, me pregunto, ¿un deportista levanta la mano para aceptar haber cometido una falta? No, ¿verdá?

Eso no tiene ninguna duda, podrán darse todas las polémicas sobre el particular, pero el basquetbol es el más diferente de todos los deportes por este simple hecho, bastaría con imaginar que el faulista de un equipo de futbol levante la mano para aceptar haber cometido una infracción al reglamento. Noooombre, ni en sueños. He visto grandes jugadores meter goles con la mano y se hacen güeyes y celebran como si hubiese sido legal. Pero eso es normal para el futbol. Por eso no aceptan revisar las jugadas como en el futbol americano, ahí se la pasarían.

Pero bueno, mis increíbles análisis deportivos y los tamales de frijoles, hacían estragos con mi estomago y la gastritis me provocaba inflación y no podía ver el juego con atención, apreté los ojos y así pensé en lo que veía. Los dos equipos, el rojo y el azul, fueron detenidos al llamado de un riel colgado de una viga y golpeado con un tubo de una vieja silla tubular, valga la rebuznancia, y el juego terminó.

Entonces me alejé a 50 metros, mínimo.

Mural de educación zapatista Foto: émula.blogsport.com

Habíamos apreciado que el zapatismo tenía una alternativa revolucionaria de educación. Pero lo visto ahí fue un shock total.

No supe quien ganó, los fuertes dolores estomacales, la gastritis, amenazaban con reventar mi estomago, debo confesar que el hambre ancestral de tarahumara me había llevado a consumir cuatro enormes platos de frijoles negros en la cocina de La Karakola y no, no eran los tamales, era la media tonelada de ese alimento altamente explosivo lo que no me dejó apreciar todos los detalles del juego.

Aún así, entre mareos y amenazas de desmayamiento, aprecié algunas cosas que me gustaría mencionar.

Los jóvenes zapatistas eran jugadores de potencia, recorrían la cancha de un lado a otro, cuatro veces en medio minuto, como motores desbocados.

Pero eso provocaba muchos roces y golpes de dolor y pujidos. Aún así, el jugador golpeado, apretaba los dientes y levantaba la mano cuando el oponente cantaba el faul. Es decir, “aguantaba vara”, como decimos los rancheros, a pesar de del rasguño en su cara que limpiaba discretamente.

Y en ese juego de potencia el hecho se repitió sin cesar. Se escuchaba el golpe sordo y alguien levantaba la mano. Cero discusiones, eran hermanos. Educación, le llaman en mi rancho. Los frutos de la pedagogía, diría Piaget.

Es una estupidez, una verdadera estupidez, como todos mis reportes, pero ¿podríamos imaginar que en el resto de México, algún día, la gente, en las competencias deportivas, no se apasionara tanto y quisiera ganar a como diera lugar, y no necesitara ni árbitros, ni referis, como en los tiempos indios?

Los tiempos indios… antes de que el hombre blanco viniera a corromper todas nuestras cosas. Desde un espejo, hasta un juego de futbol.

Vinicio Chaparro
Enviado especial de
Proyecto Nedni

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Con Cárdenas en el camino. La mirada de Waldo Frank

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Por Miguel Sánchez de Armas

En el 85 aniversario de la expropiación petrolera y al amparo de la sentencia de Santayana “quien olvida el pasado está condenado a repetir los mismos errores”, recupero estampas de aquel sexenio.

Hoy prácticamente olvidado, el escritor y periodista neoyorquino Waldo Frank fue considerado en su día como un “puente cultural” entre Estados Unidos y América Latina. Al igual que sus contemporáneos Jack London y John Reed, fue un intelectual cercano a los movimientos sociales progresistas en su país, las naciones americanas y España. Su obra es de una diversidad y de un compromiso tales que no dejó escuela entre los intelectuales sajones de generaciones posteriores.

En 1937, participó en el congreso de la Liga de Artistas y Escritores Revolucionarios en México. Entrevistó a León Trotski y se hizo amigo y acompañó al presidente Lázaro Cárdenas en recorridos por el país. El 1 de octubre de 1939 publicó en Foreign Affairs un texto que nos deja un singular testimonio personal sobre el temperamento político del general. A continuación un extracto:

Si la prensa estadounidense está llena de dudas sobre la valía y sabiduría de Lázaro Cárdenas, apenas podemos culparnos nosotros. El presidente de México tiene peor prensa en su propio país. En círculos de la clase media allá, incluso aquellos bien intencionados, uno rara vez escucha que sea alabado excepto levemente o con solemnes reservas. [Algunos] periodistas explican con gran detalle que Cárdenas es uno de los astutos servidores del “judaísmo internacional comunista”. Activistas sinceros de pensamiento revolucionario […] intentan demostrar cómo el “ingenuo” Cárdenas se deja manipular por los fascistas y corre el peligro de convertirse en un segundo Madero.

[…] No es frecuente que la naturaleza más profunda de un pueblo se exprese en un estadista […] En estos tiempos sólo dos dirigentes políticos parecen dignos de compararse con la sustancia, el origen y esperanzas de su pueblo: uno es Gandhi en la India; el otro el mucho menos comprendido Lázaro Cárdenas de México. Ambos han adaptado por primera vez a los problemas específicos de sus pueblos métodos inherentes a sus propias culturas. Ambos diseñan la independencia para naciones aún muy lejos de ella. Ambos son políticos pragmáticos cuyo trabajo, siendo profundo, está pobremente reflejado en la superficie y debe ser examinado en términos de la ética y de la cultura.

[…] El punto que debo hacer es que ningún mexicano y ninguna época del pasado de México puede decirse que representa enteramente a México.
En Cárdenas la idiosincrasia y la acción política son una. No quiero decir que ahora, como en los cuentos de hadas, México ‘vivirá por siempre feliz’. Hay tiempos oscuros en el futuro; tiempos de amenaza a lo poco que trágicamente se ha avanzado: el mejor de los casos un tiempo de pausa. Pero en la vida mexicana hay el comienzo orgánico de una nueva tradición mexicana. ‘Mi trabajo’, me dijo Cárdenas -y espero que disculpe esta indiscreción puesto que es modesto, discreto y reticente como sus antepasados tarascos- ‘mi trabajo es principalmente crear una nueva tradición’.
[…] Veamos al hombre. La última vez que vi a Lázaro Cárdenas en acción fue recientemente en Sonora […] Manejamos desde Vícam, al suroeste de Guaymas entre oleadas de polvo caliente como carbón encendido, a Jori, uno de ocho pueblos yaquis.

Los yaquis, un pueblo pobre en las artes y sin música cuya vitalidad parece haberse invertido en la resistencia, nunca ha sido realmente pacificado. […] El resultado es que durante diez años los yaquis, con más pan y menos hijos muertos, no han emprendido ninguna incursión contra los ‘mexicanos’. Pero el resentimiento, la desconfianza, un feroz amor por la libertad, están cincelados en sus facciones pétreas.

Todo había sido cuidadosamente arreglado: los ocho gobernadores de los ocho pueblos yaquis debían reunirse y conferenciar con el presidente de México en Jori […]. El presidente Cárdenas arribó sin guardias entre una nube de polvo; sus ayudantes militares se quedaron en Vícam. Los yaquis atisbaron en silencio desde sus chozas techadas de adobe […] El jefe ‘de contacto’, Pluma Blanca, con dos pistolas al cinto, avanzó y dio un saludo brusco al visitante. Sus facciones nudosas no ofrecían ninguna blandura, pero en contraste con el rostro del verdadero jefe, a quien conocí después, su expresión era amable. Solo un par de los gobernadores había llegado, explicó en español balbuceante. Dos veces, mientras Cárdenas permanecía tranquilamente con nosotros bajo la sombra de un ancho ahuehuete, el tambor repitió su anuncio: dos gobernadores más se presentaban. El significado era claro: un presidente de 20 millones de mexicanos equivale a un gobernador de menos de mil yaquis.

[…] Finalmente [Pluma Blanca] explicó que en el grupo de hombres en el patio de la ‘casa grande’ estaban cuatro de los ocho gobernadores y que los otros no iban a presentarse. Los otros cuatro se rehusaron a viajar a Jori. Estaba demasiado lejos; era por debajo de su dignidad.

«Bueno, aquí estamos», dijo Cárdenas. «Platiquemos con los que vinieron». Caminó a la casa. Los yaquis le dieron la mano en silencio, el presidente murmuro el equivalente a ‘gusto en conocerlo’. Todos tomaron asiento en el pórtico, el presidente frente a ellos.

En un estadista prudente pero convencional hubiera sido posible detectar un esfuerzo para evitar -quizá exitosamente- cualquier signo de irritación o condescendencia. Hubiera quizá trascendido una actitud como: «miren, yo soy el jefe de una nación de 20 millones; podría eliminar o ignorar a este grupo, reducido por su terquedad a meros seis mil. En vez de eso, les doy agua, pueblos, trigo. Vengo a verlos ¡y tienen la imprudencia de tratar de hacerme menos! ¡Por buena persona no digo lo que estoy pensando!».

En Cárdenas no había ningún intento de disfraz. El hombre sentía el mal yaqui porque estaba dentro del corazón yaqui. Intuitivamente. Como representante de un gobierno con una larga tradición de opresión, debía todo a los yaquis; y si ellos aceptaban cualquier cosa, les daría las gracias.

Habló. Había venido a conocer las necesidades de la nación yaqui: agua, tierra, herramientas, educación, salud; y para discutir con los jefes yaquis los problemas que ellos mismos eligieran presentar. El intérprete a su lado tradujo esto al yaqui y las respuestas al español. Los hombres votaron: asentimientos casi inarticulados y algunos ‘no’ más audibles. Pronto salió el problema: que esto y que aquello, no podían decidir sin la participación de los ocho pueblos. Como quien no quiere la cosa, Cárdenas sugirió: «¿por qué no nos vemos mañana a las 11?» Y propuso que el encuentro fuera en el mayor de los cuatro pueblos no representados. Los orgullosos gobernadores asintieron. Cárdenas había ganado no tanto por predicar ni por exhortar con una amenaza velada, sino por mantenerse por encima de la animosidad. El férreo orgullo de los yaquis fue anulado por la ausencia de orgullo en Cárdenas.

[En otra oportunidad] lo acompañe en una «campaña» de diez días a la sierra de Oaxaca, el desolado y pobre territorio en donde la gente muere de hambre mientras que las raíces de su maíz tocan fabulosas riquezas. Dejamos los camiones en la cabeza de un camino y tomamos caballos. Pasamos por más de un caserío después de una hora en una brecha demasiado estrecha para los caballos […]. Día tras día el presidente de la República escucho a los hombres, a las madres, incluso a los niños, a los maestros… siempre a los maestros. Detalle tras detalle. Y día tras día, su visita abrió una brecha de claridad y buenos sentimientos entre los escombros emocionales de la zona. Detalle tras detalle: una nueva escuela, un nuevo canal de irrigación, una nueva alianza política. ¡Y la vida de toda la sierra cambiando!

Recuerdo un día en una granja colectiva en La Laguna. Éste es un rico valle a horcajadas entre dos estados, Durango y Coahuila, en donde se cultivan buen algodón y trigo. Antes pertenecía a un puñado de latifundistas; hoy 40 mil antiguos peones son los propietarios y lo cultivan. Una nueva presa, El Palmito, estará lista en 1940 para captar el caudal del río Nazas en la época de lluvia y así convertir a la región en un nuevo Egipto. Cárdenas ama esa presa: cuando fue a supervisar el avance de la construcción, sus manos se agitaron como si quisiera acariciarla. Pero tuvo horas interminables para los humildes ejidos, para escuchar los pequeños problemas de las mujeres; para contemplar cómo los hombres, muchos de ellos veteranos del ejército de Pancho Villa, levantaban enormes nubes de polvo al rayar frente a él sus monturas, luciendo viejos fusiles.

Detalles. Para las minucias tiene la paciencia de un político en campaña y el entusiasmo de un pregonero del mercado. Mientras discute acerca de una escuela, de un canal, de un tractor, de una injusticia personal, ¡es México el que se transforma!

[…] Vive en campaña perpetua; es un presidente en pie de guerra intentando ganar paz para su pueblo. Fue simbólico el despliegue de los veteranos de la revolución entre la polvareda levantada por sus monturas. Al viajar de un lado a otro del país, Cárdenas ha recuperado la revolución, la ha convertido en ‘revolución perpetua’ en términos de mejor comida y agua… y mejor música.

[…] Más de una vez, observando a Cárdenas trabajar, he pensado en el escultor modelando amorosamente el barro. […] Cárdenas sabe a lo que está dedicado. Puede probarlo inteligentemente a sus amigos. Pero más profundo que sus palabras es su conocimiento de México. Más profundo que su conocimiento es su intuición del destino de México. Y más inmediato que su conocimiento y su intuición es su compromiso con el hecho particular ante él. Nunca antes ningún presidente ha conocido tan bien tantas regiones de México. Ningún presidente de manera tan evidente ha empeñado su tiempo y su atención durante cinco años al detalle de los acontecimientos. Y así México cambia.

[…] Cárdenas favorece la autonomía en donde quiera que sea posible; y frecuentemente en donde es imprudente. […] las escuelas públicas; la secretaría de Comunicaciones; las asociaciones de abogados, doctores, ingenieros; los pequeños negocios; incluso la Casa de España, cuya misión es colocar a los intelectuales españoles exiliados en las escuelas de la República, todos ellos, desde su punto de vista, son típicas entidades capaces de operar por sí mismas, para bien o para mal […]

[…] Cárdenas sabe que fuerzas adentro y en el exterior traman la contrarrevolución. Sabe que muchos de los viejos generales lo odian a él y a su obra. Tiene fe en la intuición de su pueblo; pero tiene confianza en el ejido. Quizá, si la República española realmente hubiera distribuido las tierras… el tiempo dirá.

Pero por lo menos debe quedar claro qué tan lejos este hombre y este país están de los prevalecientes colectivismos europeos. El comunismo está tan lejos como el fascismo de este relajado sistema liberal en el que las industrias estatales y privadas y muchos partidos se desplazan al unísono dentro de una constelación.

[…] Esta es la esencia de la cuestión: la motivación ética de Lázaro Cárdenas que empieza a articular -a tientas, con peligros- el espíritu de su pueblo. Cárdenas dejó la parcela de maíz de su madre a los 16 años para unirse a la revolución. Se convirtió en un general de caballería. Toda su vida ha transcurrido entre militares y se ha rodeado con lo mejor del ejército. Sin embargo, es ajeno a la violencia. Se dice que desde que es presidente sólo una vez ha sido presa de la ira, cuando se enteró de la muerte de [Saturnino] Cedillo.

La misma desconfianza de la violencia, incluso de la violencia de la “razón” aislada, guía a Cárdenas en todos sus actos. La prensa de México se le opone violentamente. Cada semana se publican en la capital artículos cuya virulencia no avergonzaría a Der Stürmer. Cárdenas no suprime ningún periódico, grande o pequeño. Responde con trabajo a los peligrosos ataques. Ha levantado el agresivo cierre de las iglesias. Prefiere que se viole la ley y que un número ilegal de sacerdotes oficie en los templos. Incluso su actitud hacia sus propios errores es la de la menor resistencia. Muchos de sus nombramientos no han sido buenos; pero prefiere permitir que los funcionarios equivocados renuncien voluntariamente al puesto. Pareciera valorar la estabilidad más que la eficacia inmediata. Si esto es la medida profunda de lo que México necesita o un error fatal, el tiempo lo dirá. Pareciera controlarlo un sentido orgánico del crecimiento de México, no del simple «progreso» de la intrincada dialéctica de la vida, frecuentemente opuesto a los obvios preceptos de la razón.

Es un camino peligroso el que Cárdenas ha tomado. Pero es un mundo peligroso en el que vive. Y aunque sus valores son de paz, Cárdenas no es ajeno a las estrategias de la batalla.

19 de marzo de 2023

Si desea una copia del artículo completo de Waldo Frank solicítela al correo juegodeojos@gmail.com

@juegodeojosfacebook.com/JuegoDeOjossanchezdearma

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El buen pastor, columna de Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Daniels y su esposa en trajes típicos mexicanos en 1934

 

Por Miguel Sánchez de Armas

En el 85 aniversario de la expropiación petrolera y al amparo de la sentencia de Santayana –“Quien olvida el pasado está condenado a repetir los mismos errores”-, recupero cuatro estampas de aquel sexenio.

A principios de 1923, el director del diario News and Observer de Raleigh, Carolina del Norte, denunció en un editorial que su país procrastinaba en otorgar a México un pleno reconocimiento diplomático y urgió a la poderosa república a dispensar al débil vecino del sur toda la ayuda posible.

Este periodista, que llevaba a cuestas el nombre bíblico de Josephus Daniels, era un liberal confeso, vicepresidente de la Liga Antiimperialista, militante del panamericanismo y nada amigo de los corporativos petroleros. Que se expresara así no era de llamar la atención, pues Daniels no era un periodista o político cualquiera.

Como secretario de la Armada en el gobierno de Woodrow Wilson, en 1914 había firmado las órdenes para el bombardeo de Veracruz y la ocupación de la plaza, formalmente en represalia por un “incidente” entre marines gringos y federales mexicanos en Tampico, pero en realidad otro episodio de la disputa por el petróleo mexicano.

Su segundo de a bordo en la Armada en aquellos años, Franklin Delano Roosevelt, llegaría a ser el trigésimo segundo presidente de Estados Unidos, de 1933 a 1945, y tendría que navegar una profunda crisis económica y la II Guerra Mundial, además de sortear uno de los momentos más espinosos en la relación siempre espinosa con México: la expropiación petrolera de 1938.

En su discurso inaugural el 4 de marzo de 1933, Roosevelt había ofrecido una nueva política continental a la que llamó “del buen vecino”, aunque con tal vecino, durante cien años, México había librado una guerra desigual, perdido la tercera parte de su territorio y suscrito, con el cañón de una pistola amartillada apuntándole a la nuca, el Tratado de Guadalupe Hidalgo.

Pero Roosevelt era un político sagaz, urgido por elevar el nivel de las relaciones con América Latina, particularmente con un México que se reconstruía después de una dolorosa revolución.

Para esa tarea se sirvió de su antiguo jefe, a quien mandó a la embajada en México diez días después de tomar posesión de la presidencia. Era un representante personal, alguien en quien confiaba y no un diplomático de carrera convencido de la inevitabilidad del “destino manifiesto” como los aristócratas de escuelas exclusivas de una sociedad snob, o bien, imitadores de las clases acomodadas que pululaban en el Departamento de Estado.

El presidente pareció seguir el ejemplo de Abraham Lincoln, quien confió “la más importante relación internacional” a su correligionario Thomas Corwin, cabeza de la oposición a la guerra con México, y de Wilson, quien aún fresca la sangre de Francisco I. Madero, despachó a dos cercanos: el periodista William Bayard Hale para confirmar la participación del embajador Henry Lane Wilson en el asesinato de Madero y José María Pino Suárez y a John Lind, para enfrentarse a Victoriano Huerta.

El 7 de marzo de 1933, Washington informó al gobierno de México de su intención de nombrar a Daniels y el placet se obtuvo en 24 horas, velocidad inusitada para un gobierno que, apenas unos meses antes, había negado el permiso a un agregado naval a la embajada de Estados Unidos porque había sido uno de los oficiales de las fuerzas invasoras en Veracruz.

La diplomacia mexicana se vio atrapada entre ofender al presidente del poderoso país del norte y la posibilidad, por remota que pareciera, de que la “política del buen vecino” se instrumentara para sanear una relación herida entre las dos naciones.

El presidente Abelardo Rodríguez aceptó de mala gana. El tono airado con que se recibió la noticia en México hizo que el secretario de Estado, Arthur Bliss Lane, enviara una nota oficial en la que subrayaba que el nominado era un “viejo, cercano y confiable amigo” de Roosevelt y su nombramiento prueba “del profundo interés” de Estados Unidos de “mantener buenas relaciones con México”.

La reacción de la prensa mexicana no fue de bienvenida y el pueblo tampoco recibió con agrado la noticia. El 24 de marzo la embajada gringa fue apedreada y hubo manifestaciones de estudiantes. En Monterrey, se dieron movilizaciones. Incluso la comunidad empresarial estadounidense en México recibió con desagrado el nombramiento.

El semanario Omega de la capital de la república reflejó el sentir del momento: “El embajador Daniels lleva sobre los hombros el peso de la ocupación de Veracruz. La memoria de ese inicuo atentado contra nuestra soberanía ocasionará que el nuevo enviado encuentre una helada atmósfera entre nosotros.”

En realidad, si bien Daniels no era un experto en asuntos de México (y no hablaba español), tampoco era ajeno a la situación del país en donde representaría durante nueve años a su gobierno.

La cercanía con Roosevelt permitió a Daniels una poco común capacidad de maniobra y en más de una ocasión desestimó instrucciones directas para presionar o amenazar al gobierno de Lázaro Cárdenas en el asunto de la expropiación.

En el Departamento de Estado se resignaron a que el jefe de la representación en México no fuera un empleado al que se le pudiera exigir el mecánico cumplimiento de instrucciones. Se quejaban de que en México debían lidiar con un gobierno respondón “y con nuestro embajador”.

En este contexto, pese a los desfavorables augurios iniciales en torno a su nombramiento, logró, al cabo de nueve años, distinguirse como quizá el mejor Embajador de Estados Unidos en México a la fecha.

Daniels, ajeno a sutilezas diplomáticas, denunció la colusión entre un Departamento de Estado amamantado en la doctrina del gran garrote, parida en 1902 por el presidente Teddy Roosevelt y las empresas expropiadas para aplicar a México la mano dura.

De manera personal y oficial sostuvo la convicción de que mientras ganaran dinero, ni a la Standard ni a las otras empresas les importaba el daño a otros intereses comerciales “o a la Política del Buen Vecino en la que tantas esperanzas tenemos”.

Y sobre la guerra de propaganda desatada por las petroleras y sus cofrades en Washington, Daniels no tuvo pelos en la lengua: “Lo más bajo a que llegó […] fue la de la revista Atlantic Monthly, una de mis favoritas hasta que se degradó entregándose a los intereses petroleros. Cayó de las alturas al más profundo abismo y se ganó el desprecio de todos quienes vieron que una revista que durante mucho tiempo gozó de la confianza popular había perdido la decencia, como lo fue, cuando abrazó la campaña de las compañías de petróleo que deseaban que Estados Unidos le declarara la guerra a México”.

Pero la cordura y el buen juicio prevalecieron. Según el embajador, en esta guerra de nervios instigada desde las oficinas de las petroleras en Londres y Nueva York, “dos funcionarios públicos conservaron la cabeza mientras muchos otros la perdían a su alrededor: Franklin Roosevelt en la Casa Blanca, autor de la doctrina del buen vecino, y Josephus Daniels, el delegado de esa doctrina en la República Mexicana”.

Daniels estaba convencido de que el proyecto cardenista, incluyendo la expropiación, daría a las masas “más riqueza y capacidad de compra”, con lo cual México sería un mejor mercado para productos estadounidenses y fortalecería la resistencia contra los avances del comunismo y el fascismo.

No cerró los ojos la vigorosa movilización desatada por la expropiación, e hizo ver a los formuladores de política de la Casa Blanca que esta fue esencial para amalgamar el espíritu de México, en donde privaba la sensación de que la medida de Cárdenas era el símbolo de la unidad nacional.

En un pasaje de su libro Diplomático en mangas de camisa, en donde no oculta su admiración por el cardenismo, Daniels describió el impacto que le causó la reacción popular desatada el 18 de marzo, particularmente las aportaciones populares en el vestíbulo del Palacio de las Bellas Artes: “Fue como si hubiera llegado el día de la liberación”.

12 de marzo de 2023

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A un joven escritor, carta de Xavier Villaurrutia a Edmundo Valadés

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Edmundo Valadés, tenía 19 años y era alumno de la secundaria #7, en el antiguo DF, donde Xavier Villaurrutia era su maestro

Para Adriana y su gato negro.

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

Con fuerza y cariño, con agudeza y sensibilidad irradiadas del Rilke de Cartas a un joven poeta, a mediados de 1934, el gran Xavier Villaurrutia le dirigió una carta a un joven en quien la llama de la vocación literaria ardía intensamente.

Era un muchacho de apenas 19 años llamado Edmundo Valadés, alumno de la secundaria #7, en donde Villaurrutia era maestro. 

Y fue en aquel De eFe que aún esplendía como la región más transparente del aire y Los contemporáneos daban clases en las escuelas públicas y viajaban en camión y tranvía. 

Edmundo nació con la timidez a cuestas y la inseguridad lo asaeteó toda su vida. Pero más de medio siglo después, recordaba este episodio como uno de los alientos más formativos para su voz interior literaria, como me dijo en nuestras Conversaciones a mediados de los noventa del siglo pasado.

Había enviado una carta de su puño y letra pidiendo consejo al poeta para «obtener la mágica fórmula» con objeto de decidir qué propósitos literarios debían normar su literatura: “si el juego de la inteligencia; si como expresión de juvenil nacionalismo o como obligada al servicio de causas universales”. 

Todas sus preguntas habían sido planteadas “en ingenuo y superficial esbozo”, dándole el tratamiento de vos, “por lo que me regaña cordialmente disgustado y que, sin embargo, le permitieron adelantarse en las verdaderas preocupaciones que no llegué a expresarle –la necesidad de conocerme, de definirme intelectualmente, de saber si era capaz y tenía talento literario- y a las que él respondió con la bella lección, con sabia y valiente invitación, valedera para todos los jóvenes y viva en esta carta […]”.

Edmundo Valadés es una de las figuras tutelares con las que me bendijo Fortuna. A casi tres décadas de que nos dejara para alcanzar su estado de gracia, quise compartir con mis lectores este texto que no ha perdido, ni perderá, vigencia. Y que habiendo sido dirigido a una persona en particular -como Rilke escribió a Franz Xavier Kappuz cuando éste también tenía 19 años- hoy son luminarias en el sendero a la creación literaria. 

Estimado amigo:

No me gusta el tono de su carta. El uso de expresiones rebuscadas -que sólo se emplean para dirigirse a los tiranos- me molestó al grado de que estuvo usted a punto de quedarse sin respuesta. He acabado por ver en ello la muestra de su ingenuidad y esto le ha salvado a usted. Pero piense, en todo caso, que una mayor sencillez le habría asegurado más pronto y mejor confianza.

Me confía sus dudas, sus temores acerca de la actividad literaria que ha empezado usted a emprender. Me interroga acerca de los caminos que debe seguir en un momento en que yo creo advertir una de esas crisis de adolescencia o de primera juventud que serán cada vez más frecuentes y siempre menos peligrosas de lo que usted pudiera pensar. Si sus dudas fueran más claras, si sus temores estuvieran más abiertamente dibujados, si sus interrogaciones fueran más precisas, yo correspondería en la misma moneda, con afirmaciones claras, con signos de confianza más delineados y con respuestas más precisas. Pero la claridad de una respuesta y también su eficacia depende de la claridad de la pregunta. Por eso mi carta tendrá, sin duda, el aspecto de esas respuestas que damos a preguntas que no hemos entendido bien o que hemos oído pensando más acá o más allá de donde debiéramos.

El grupo en el que usted me cuenta y en el que yo mismo me incluyo se formó casi involuntariamente por afinidades secretas y por diferencias más que por semejanzas. «Grupo sin grupo» le llamé la primera vez que comprendí que nuestras complicidades privadas, nuestras desemejanzas corteses, nuestras intenciones, diversas en el recorrido pero unidas en el objeto de nuestra ambición, tenían que trascender al público, como sucedió en efecto. «Grupo de soledades» se le ha llamado después, pensando en lo mismo. Un grupo que no lo es. Unas soledades que se juntan. Medite usted en el significado de estas denominaciones hechas sin programa alguno de política literaria y como a pesar nuestro. ¿Qué es lo que ata a estas soledades? ¿Qué es lo que agrupa un momento a unos cuantos seres para separarlos en seguida? Desde luego, la semejanza de nuestras edades, de nuestros gustos más generales, de nuestra cultura preservada en momentos en que nadie cree necesitarla para nutrir sus íntimas vetas. Además, nuestro deseo tácito de no hacer trampas, de apresurarnos lentamente, de no caer en el éxito fácil, de no cambiar nuestra personal inquietud por un plato de comodidades, de falsa autoridad, de auténtica fortuna.

Ahora se preguntará usted ¿qué es lo que desata a estas soledades juntas y disuelve a este grupo? Nada más sencillo que hallar una respuesta: la personalidad de cada uno. El vecino respeta la mía y yo la del vecino. La libertad es entonces, aunque pueda parecer mentira, el lazo que al mismo tiempo, nos une y nos separa. Pero esta libertad es lo único que nos ayuda a respirar abiertamente en un clima en el que juntos estamos satisfechos, tanto como si estuviéramos separados. En nada se parece un poema de Gorostiza a otro de Gilberto Owen. En nada una página de Cuesta a una página mía. Y no obstante, un lazo imperceptible (ese lazo imperceptible que usted ha advertido) las une. Sin quererlo, sin pretenderlo, pero sin rechazarlo ni negarlo, se ha formado, más en la mente de los escritores que nos preceden o nos siguen que en la realidad misma, un grupo, una generación. El hecho de que se nos considere unidos nos viene, pues, de fuera. Ni un programa, ni un manifiesto que provoquen esta idea hemos formulado. Pero puesto que la idea existe, la aceptamos y seguimos juntando nuestras soledades en revistas, en teatros, en obras, y hasta en lo que usted llama nuestra influencia.

Por si te lo perdiste: Ve y dilo en la montaña, James Arthur Baldwin (losangelespress.org)

 

Y puesto que me habla de nuestra influencia, le diré que yo también la advierto en muchos espíritus jóvenes y, como usted dice, en algunos maduros o que lo parecían. En usted mismo, en la actitud que revela al escribirme, está presente. Hay en su carta, por debajo de la exagerada modestia con que está redactada, un deseo de aclarar un problema hasta el fin, una avidez de conocerse, un deseo de buscar los caminos de la salvación de su espíritu por medio de la actitud crítica, en que reconozco nuestra descendencia. Porque eso, la actitud crítica es lo que aparta a nuestro grupo de los grupos vecinos. Esta actitud preside, como una diosa invisible, nuestras obras, nuestras acciones, nuestras conversaciones y, por si esto fuera poco, nuestros silencios. Esta actitud es la que ha hecho posible que la poesía de nuestro país sea una antes de nosotros y otra ahora, con nosotros. Más interior, más consciente, más difícil ahora, porque se opone a la superficial de los modernistas, a la involuntaria de los románticos, a la fácil de los cancionistas. Y no sólo la poesía… Pero ya habrá usted pensado que yo no respondo al menos directamente, a sus particulares e imprecisas cuestiones. Y, sin embargo, creo que para contestarle no tengo otro recurso que este de rodear los temas que a usted parecen desvelarle. 

La crítica y la curiosidad han sido nuestros dióscuros; al menos, han sido los míos. Bajo la constelación de estos hijos gemelos de Leda transcurre la vida de mi espíritu. Ya Ulises, la revista que dirigimos Salvador Novo y yo, lo revelaba públicamente: Revista de curiosidad y crítica. La curiosidad abre ventanas, establece corrientes de aire, hace volver los ojos hacia perspectivas indefinidas, invita al descubrimiento y a la conquista de increíbles Floridas. La crítica pone orden en el caos, limita, dibuja, precisa, aclara la sed y, si no la sacia, enseña a vivir con ella en el alma. Si usted piensa, por curiosidad y con crítica, en los epígrafes que aparecen al frente de cada número de nuestra revista, hallar la única doctrina de ésta y la de los jóvenes que navegamos en ella, a la deriva, encontrando pasos de mar en el mar que es de todos, perdiéndonos para volver a encontrarnos. «Es necesario perderse para volver a encontrarse», dice Fenelón. Y, pensando en la salvación del alma, San Juan escribe: «De cierto que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios».

¿Tendré que citar de memoria la frase de San Mateo que aprendí en André Gide acerca de la salvación de la vida? «Aquel que quisiera salvarla, la perderá -dice el evangelista-, y sólo el que la pierda la hará  verdaderamente viva». Releyendo una página de Chesterton, encuentro algo que es, en esencia, idéntico pero que se acomoda mejor a la crisis del espíritu en que usted parece hallarse: «En las horas críticas, sólo salvará su cabeza el que la haya perdido». ¿Ha perdido usted la suya? Mi enhorabuena. Piérdala en los libros y en los autores, en los mares de la reflexión y de la duda, en la pasión del conocimiento, en la fiebre del deseo y en la prueba de fuego de las influencias, que, si su cabeza merece salvarse, saldrá de esos mares, buzo de sí misma, verdaderamente viva.

Leer más del autor: Ricardo Garibay: el volcán solitario – (losangelespress.org)

 

Otros seres hay que esperan salvarse cerrando los ojos, procurando ignorar todo lo que pueden -según ellos- dañarlos. Se diría que no salen a la calle para no mojarse o para no mojar el paraguas de su alma. Vírgenes prudentes, maduran antes de crecer y, a menudo, no crecen. Temen las influencias y ese mismo temor los lleva a caer en las más enrarecidas, en las únicas que no son alimento del espíritu. Odian la curiosidad, la universalidad, la aventura, el viaje del espíritu. Echan raíces antes de tener troncos y ramas que sostener. Hablan de la riqueza de su suelo y de su patrimonio, que pretenden salvar conservándolos… Entre ellos no podrá usted contarnos.  Y si alguno de los artistas que forman, involuntariamente, nuestro grupo de soledades ha sentido la necesidad momentánea de abogar, ante los espíritus más jóvenes, por la prudencia y la inmovilidad, oponiéndolas a la curiosidad y al viaje del espíritu, es porque la libertad entre nosotros es tan grande que no excluye las traiciones y porque en estas traiciones se pierde la cabeza que sólo así habrá de salvarse.

Creo haber satisfecho su deseo. Me perdonará la forma indirecta y velada de hacerlo, pensando en que sus preguntas no eran menos indirectas y veladas.

Créame su atento amigo.

26 de febrero de 2023

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